Nota especial § 326. Hijo del hombre... Hijo de Dios...

Escrito el 10/02/2024
Propuesta BTX V edición

(Propuesta para la BTX V)

 

Existe un amplio campo de investigación doctrinal en las implicaciones que plantea el título Hijo del hombre cuando se compara con el de Hijo de Dios. El estudiante bíblico hallará un reconfortante estímulo al analizar y comparar tales títulos como posibles extremos (Jn 8.36; 5.25 y 5.27-29).

En no menos de ochenta oportunidades, el Señor Jesús se designa a sí mismo como el Hijo del hombre en relación con su manifestación, muerte, resurrección y juicio venidero. Esquematizando su ministerio, es posible ver cómo fue el Hijo del hombre el que descendió del cielo (Jn 3.13; 6.62), para sembrar la buena semilla (Mt 13.37), y buscar y salvar lo que se había perdido (Lc 19.10). El Hijo del hombre es quien tiene autoridad para perdonar pecados en la tierra (Mt 9.6), y es aquel que dio su vida en rescate por muchos (Mt 20.28). Fue también el Hijo del hombre quien descendió al corazón de la tierra (Mt 12.40), y quien resucitó entre los muertos (Mt. 17.9, 22-23).

Pero más que la identificación de un tipo, lo que hay que resaltar aquí es la vinculación que el Hijo del hombre guarda con el futuro juicio universal, lo cual puede arrojar considerable luz al campo de la escatología bíblica (Jn 5.22-27). En su visión apocalíptica (Ap 1.12-16), el apóstol Juan enfatiza, más que la personalidad del Hijo del hombre, la terrible y sobrecogedora investidura de su oficio. La majestad expresada por la nívea blancura de su cabeza; el omnisciente fuego escudriñador de sus ojos; el juicio que expresa su estruendosa voz; la autoridad de su diestra; la espada aguda que sale de su boca; la fuerza omnipotente de su rostro y finalmente el fulgurante bronce —metal que simboliza el juicio— de sus pies, muestran el inequívoco paradigma del Juez del Universo, ante el cual muy pocos serán tenidos por dignos de estar en pie (Lc 21.36). Otro relevante registro bíblico que destaca la actividad judicial del Hijo del hombre se encuentra en Jn 9.35-40.

No menos importante de considerar es el efecto que causó la presencia del Hijo del hombre en quienes lo vieron, con la reacción que produjo el Hijo de Dios resucitado entre sus discípulos. El primero se describe en la experiencia de Daniel (Dn 10.5-19), de Pedro, Jacobo y Juan durante la transfiguración (Mt 17.1-4; Mr 9.6; Mt 17.5 ss.), y finalmente de Juan en su visión apocalíptica (Ap 1.17). En todos ellos se produjo una postración inmediata, seguida por un sentimiento de temor, temblor y desfallecimiento que necesitó la ayuda del Hijo del hombre para recobrar las fuerzas. Al comparar esta experiencia, ¡cuán diferente reacción de ardiente edificación y gozo inefable produjo la presencia del Salvador resucitado en el corazón de los asombrados discípulos! (Lc 24.32, 41). 

Pero el pasaje que es particularmente edificante al comparar los títulos Hijo del hombre e Hijo de Dios, está registrado en Mt 16.13 ss. Allí, los discípulos se encuentran una vez más ante otra de las enigmáticas preguntas de su Maestro: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?... y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Ya de entrada, es notable el cambio que el Señor introduce en su interpelación. Cuando inquiere de sus discípulos la opinión de los hombres, el nexo es hecho respecto al Hijo del hombre; pero cuando demanda una respuesta directa de ellos, la pregunta es deliberadamente cambiada por ¿quién decís que soy yo? (v. 16), dejando así la respuesta a la voluntad del Padre. ¿Les sería revelado acaso que Jesús era el Hijo del hombre? Con su respuesta (v. 17), Pedro y sus compañeros llegaron a ser bienaventurados, pues Dios les reveló la sublime verdad que Jesús era su Hijo, afirmación que de allí en adelante los asociaba con la gracia venidera, y no con el juicio inherente al Hijo del hombre. La revelación divina adelanta así la posición de los discípulos de Jesús —excepto del hijo de perdición— como participantes de un llamamiento nuevo y superior (Fil 3.14), y como integrantes de una Iglesia, aún por edificarse, ante la cual las puertas del infierno no podrían prevalecer (v. 18).

Duro es en verdad el antitético ejemplo presentado por Caifás y los ancianos de Jerusalén (Mt 26.63-64). Allí, el sumo sacerdote, al conjurar a Jesús para que le declarase si era el Hijo de Dios, recibió como respuesta lo que fue el anuncio del juicio inmanente: «desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo». 

A Pedro le fue revelado Jesús como el Hijo de Dios; Caifás y otros habrán de presentarse ante el Hijo del hombre. Bienaventuranza por gracia y juicio por obras, expresado mediante dos nombres: Hijo de Dios e Hijo del hombre.