Gn 25.27. Jacob meditaba atenta y detenidamente sobre las cosas de arriba y no en las de la tierra, dando a entender que buscaba una patria mejor, la celestial (He 11.13-16). Creyó a las promesas que Adonai había hecho a su abuelo Abraham (Gn 12.1-3; 15.1, 5-6) y confirmado a su padre Isaac (Gn 26.3-5, 24) y las quería para él (Gn 32.26). Pero, no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia (Ro 9.16) porque aún cuando no habían nacido (Esaú y Jacob), ni habían hecho algo bueno o ruin, para que el propósito de Dios permaneciera conforme a la elección, no por obras, sino por el que llama, le fue dicho: El mayor servirá al menor (Gn 25.23; Ro 9.11-12) y así está escrito: A Jacob amé y a Esaú aborrecí (Mal 1.2b-3a).
Con la marca en su cuerpo como pacto eterno (Gn 17,10-13; Hch 7.8), Jacob no perdió la oportunidad de comprar la primogenitura que su hermano Esaú le vendió con juramento por un plato de lentejas, y a la cual despreciaba (Gn 25.31-34) por ser un profano (He 12.16). Una vez adquirida la primogenitura, le correspondía la bendición de Isaac. Y aunque su padre prefería a Esaú porque la caza de este era deleitosa a su boca (Gn 25.28), Rebeca ayudó a Jacob para que la bendición fuera suya (Gn 27.5-29). Así, Isaac lo bendijo y fue bendito (Gn 27.33b).