Mt 27.46; Mr 15.34. Quizá la más enigmática y acuciosa pregunta, jamás hecha en la historia del Universo, fue hecha por Jesús en la cruz. Su respuesta solo puede ser hallada en el mismo Texto Sagrado sobre experimentar (He 5.8) la soledad como requisito indispensable. Las palabras proféticas de Caifás (Jn 11.49-52) adelantan esta respuesta considerando la conveniencia de que muriera un solo hombre por el pueblo. Porque convenía... que habiendo llevado a muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de padecimientos al Autor de la salvación de ellos (He 2.10).
Jesús jamás había experimentado la soledad, una experiencia en la cual la raza humana es experta. Desde que nace hasta que muere, el hombre está solo, y eso Jesús no lo había experimentado. Convenía que en todo fuera semejante a sus hermanos, para que les fuera un misericordioso y fiel sumo sacerdote ante Dios, para expiar los pecados del pueblo; pues en lo que Él ha padecido siendo tentado, es capaz de socorrer a los que están siendo tentados (He 2.17-18) y por lo que padeció aprendió la obediencia, y habiendo sido perfeccionado, vino a ser Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen (He 5.8-9).
Pero, sobre todas las cosas, Elí, Elí, ¿lema sabajtaní? es la llave que permite al creyente adentrarse en los pensamientos de Cristo, en su experiencia de indescriptible dolor: El Salmo 22, el Lugar Santísimo de la Escritura.