En principio era el Logos, y el Logos estaba ante Dios, y Dios era el Logos. Este estaba en principio ante Dios. Todo existió por Él, y sin Él, nada de cuanto existe existió. En Él había vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz resplandece en la tiniebla, y la tiniebla no pudo extinguirla.
Hubo un hombre enviado de parte de Dios llamado Juan; este vino como testigo para que diera testimonio de la Luz, a fin de que todos creyeran por medio de él; no era él la Luz, sino para que diera testimonio de la Luz.
La Luz verdadera, que al venir al mundo, alumbra a todo hombre, estaba en el mundo, y el mundo se hizo por Él, pero el mundo no lo conoció. A lo suyo vino, y los suyos no lo recibieron, pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios, los cuales no fueron engendrados de sangres, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios.
Y el Logos se hizo carne y tabernaculizó entre nosotros, y contemplamos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan testifica acerca de Él, y ha clamado, diciendo:
—Este es Aquél de quien dije: El que viene después de mí, es antes de mí, porque era primero que yo.
De su plenitud todos recibimos gracia tras gracia, porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad se hicieron realidad por medio de Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el Unigénito Dios (que está en el seno del Padre), Él lo explicó.
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén unos sacerdotes y levitas para que le preguntaran:
—¿Tú quién eres? —y confesó (no negó, sino confesó)—:Yo no soy el Cristo.
Y le preguntaron:
—¿Qué, pues? ¿Eres tú Elías?
Y dice:
—No soy.
—¿Eres tú el Profeta?
Y respondió:
—No.
Entonces le dijeron:
—¿Quién eres para que demos respuesta a los que nos enviaron? ¿Qué dices acerca de ti mismo?
Dijo:
—Yo soy una voz que grita en el desierto: ¡Allanad el camino del Señor!, como dijo el profeta Isaías.
(Y los enviados eran de los fariseos). Le preguntaron diciendo:
—¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió diciendo:
—Yo bautizo en agua, pero en medio de vosotros está de pie uno que no conocéis, el que viene después de mí, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia.
Estas cosas sucedieron en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan estaba bautizando.
Al día siguiente, ve a Jesús que viene hacia él, y dice:
—¡He aquí el Cordero de Dios, que carga el pecado del mundo! Este es de quien yo dije: Detrás de mí viene un varón que ha estado delante de mí, porque era primero que yo. Y yo no lo conocía, mas para que fuera manifestado a Israel, por eso vine yo bautizando en agua. Y Juan dio testimonio, diciendo: He contemplado al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre Él. Y yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar en agua, Él me dijo: Sobre quien vieras que desciende el Espíritu y permanece sobre Él, ése es el que bautiza en Espíritu Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios.
Al día siguiente, estaba nuevamente Juan con dos de sus discípulos, y viendo a Jesús pasando, dice:
—¡He ahí el Cordero de Dios!
Y sus dos discípulos lo oyeron hablando, y siguieron a Jesús. Y volviéndose Jesús, y viéndolos que lo siguen, les dice:
—¿Qué buscáis?
Ellos entonces le dijeron:
—Rabbí —que traducido significa Maestro—, ¿dónde moras?
Les dice:
—Venid y veréis.
Fueron, pues, y vieron dónde posaba y se quedaron con Él aquel día, porque era como la hora décima.
Uno de los que lo siguieron (que habían oído de parte de Juan) era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Este halla primero a su hermano Simón, y le dice:
—¡Hemos hallado al Mesías! —que traducido es Cristo.
Y lo llevó a Jesús. Mirándolo fijamente, Jesús dijo:
—Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú serás llamado Cefas —que traducido es Pedro.
Al día siguiente, quiso salir hacia Galilea, y hallando a Felipe, Jesús le dice:
—Sígueme.
Y Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe halla a Natanael y le dice:
—Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley y los profetas: a Jesús, hijo de José, el de Nazaret.
Natanael le dijo:
—¿De Nazaret puede salir algo bueno?
Felipe le dice:
—Ven y ve.
Jesús vio venir a Natanael, y dice acerca de él:
—¡He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño!
Natanael le dice:
—¿De dónde me conoces?
Respondió Jesús, y le dijo:
—Antes que te llamara Felipe, estando tú debajo de la higuera, te vi.
Le respondió Natanael:
—¡Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!
Respondió Jesús y le dijo:
—¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás.
Y le dice:
—De cierto, de cierto os digo: Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre.
Al tercer día, se hizo una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Y también fue invitado a la boda Jesús con sus discípulos. Y cuando se acabo el vino, la madre de Jesús le dice:
—No tienen vino.
Jesús le dice:
—Mujer, ¿qué tengo en común contigo? Aún no llega mi hora.
Su madre dice a los que servían:
—Haced lo que os diga.
Y estaban allí puestas seis tinajas de piedra para agua, conforme a la purificación de los judíos, cada una con capacidad para dos o tres metretas. Jesús les dice:
—Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta el borde. También les dice:
—Sacad ahora y llevad al maestresala.
Y ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, no sabiendo de dónde provenía (aunque lo sabían los servidores que habían sacado el agua), el maestresala llama al novio y le dice:
—Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando están embriagados, el inferior, pero tú has guardado el buen vino hasta ahora.
Jesús hizo que este fuera el principio de sus señales, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm, Él y su madre, y los hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí no muchos días.
Estaba cerca la pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén, y halló en el templo a los que venden bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, con las ovejas y los bueyes, y desparramó las monedas de los cambistas y volcó las mesas, y dijo a los que venden las palomas:
—¡Quitad esto de aquí, y no hagáis la Casa de mi Padre casa de mercado!
(Les fue recordado a sus discípulos que estaba escrito: El celo de tu Casa me consumirá). Intervinieron entonces los judíos y le dijeron:
—Ya que haces estas cosas, ¿qué señal nos muestras?
Respondió Jesús, y les dijo:
—Destruid este santuario, y en tres días lo levantaré.
Dijeron entonces los judíos:
—Durante cuarenta y seis años fue edificado este santuario, ¿y tú lo levantarás en tres días?
Pero Él hablaba del santuario de su cuerpo. Cuando, pues, fue resucitado de entre los muertos, les fue recordado a sus discípulos que decía esto. Y creyeron a la Escritura y a la palabra que dijo Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su Nombre al observar los milagros que hacía. Pero Jesús mismo no se confiaba a ellos, porque Él conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre.
Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un magistrado de los judíos. Este vino a Él de noche, y le dijo:
—Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no está Dios con él.
Respondió Jesús y le dijo:
—De cierto, de cierto te digo: A menos que alguno sea nacido de nuevo no puede ver el reino de Dios.
Le dice Nicodemo:
—¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?
Respondió Jesús:
—De cierto, de cierto te digo: A menos que alguno sea nacido de agua y Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo nacido de la carne, carne es y lo nacido del Espíritu, espíritu es. No te sorprendas porque te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el nacido del Espíritu.
Respondió Nicodemo y le dijo:
—¿Cómo puede ser esto?
Respondió Jesús y le dijo:
—¿Eres tú el maestro de Israel y no sabes esto? De cierto, de cierto te digo, que hablamos lo que sabemos y testificamos lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os dije cosas terrenales y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijera las celestiales? Porque nadie ha subido al cielo, excepto el que descendió del cielo: el Hijo del Hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió al Hijo al mundo para que juzgara al mundo, sino para que el mundo fuera salvo por Él. El que cree en Él no es juzgado, pero el que no cree, ya ha sido juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito Hijo de Dios. Y esta es la acusación: que la Luz ha venido al mundo, pero los hombres amaron más la tiniebla que la Luz, pues sus obras eran malas. Porque todo aquel que practica cosas malas, aborrece la Luz, y no viene a la Luz, para que sus obras no sean descubiertas. Pero el que practica la verdad viene a la Luz, para que sea manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a la tierra de Judea, y estaba allí con ellos y bautizaba. Y también Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, pues había allí muchas aguas. Y acudían y eran bautizados porque Juan todavía no había sido echado en la cárcel. Surgió entonces una discusión de los discípulos de Juan con un judío acerca de una purificación. Y se acercaron a Juan y le dijeron:
—Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú has dado testimonio, he aquí bautiza y todos acuden a él.
Respondió Juan y dijo:
—Nada puede recibir un hombre si no le fuera dado del cielo. Vosotros mismos me dais testimonio de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él. El que tiene la novia es el novio, pero el amigo del novio, que está a su lado y lo oye, se alegra en gran manera por la voz del novio. Así pues, esta alegría mía ha sido colmada. Él debe crecer, y yo menguar. El que viene de arriba, está sobre todos. El que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está sobre todos. Lo que ha visto y oído, esto testifica, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio certifica que Dios es veraz, pues aquel a quien Dios envió, habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo, no verá vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él.
Cuando Jesús supo que los fariseos oyeron decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús mismo no bautizaba, sino sus discípulos), dejó Judea y se fue de nuevo a Galilea, pero le era necesario pasar por Samaria.
Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca del campo que Jacob dio a su hijo José, y allí estaba el pozo de Jacob. Y Jesús, cansado de la jornada, se sentó precisamente junto al pozo. Era como la hora sexta.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice:
—Dame de beber.
(Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos). Le dice entonces la mujer samaritana:
—¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?
(Porque judíos no se tratan con samaritanos). Respondió Jesús, y le dijo:
—Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le pedirías, y Él te daría agua viva.
Le dice:
—Señor, ni vasija tienes, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, del cual él mismo bebió con sus hijos y sus ganados?
Respondió Jesús y le dijo:
—Todo el que bebe de esta agua tendrá sed otra vez, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré se hará en él una fuente de agua que brota para vida eterna.
Le dice la mujer:
—Señor, dame esa agua para que no tenga sed ni venga aquí a sacar.
Le dice:
—Ve, llama a tu marido y ven acá.
Respondió la mujer y dijo:
—No tengo marido.
Jesús le dice:
—Bien dijiste: No tengo marido, porque cinco maridos tuviste y el que ahora tienes no es tu marido. En esto has dicho verdad.
Le dice la mujer:
—Señor, veo que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde es necesario adorar.
Jesús le dice:
—Mujer, créeme que viene una hora cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero viene una hora, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque también el Padre quiere que lo adoren tales adoradores. Dios es Espíritu; y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.
Le dice la mujer:
—Sé que viene un Mesías, el llamado Cristo. Cuando Él venga nos declarará todas las cosas.
Jesús le dice:
—YO SOY, el que habla contigo.
En esto llegaron sus discípulos, y se extrañaban de que hablara con una mujer. Sin embargo, nadie dijo: ¿Qué indagas, o qué hablas con ella? Entonces la mujer dejó su cántaro y fue a la ciudad, y dice a los hombres:
—¡Venid! ¡Ved a un hombre que me dijo todo lo que hice! ¿No será este el Cristo?
Y salieron de la ciudad y fueron a Él. Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo:
—Rabbí, come.
Pero Él les dijo:
—Yo tengo una comida para comer, que vosotros no conocéis.
Se decían entonces los discípulos unos a otros:
—¿Acaso alguien le trajo de comer?
Les dice Jesús:
—Mi comida es que Yo haga la voluntad del que me envió y que acabe su obra. ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses, y viene la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y contemplad los campos, porque están blancos para la siega. Ya el que siega recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra se alegre juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra y otro el que siega. Yo os envié a segar lo que vosotros no habéis labrado; otros han labrado, y vosotros habéis entrado en su labor.
Y muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él a causa de la palabra de la mujer, que daba testimonio: ¡Me dijo todo lo que hice! De manera que cuando los samaritanos llegaron a Él, le rogaban que permaneciera con ellos. Y se quedó allí dos días. Y muchos más creyeron a causa de la Palabra de Él, y a la mujer decían:
—Ya no creemos por tu dicho porque nosotros mismos hemos oído y sabido que este es verdaderamente el Salvador del mundo.
Después de los dos días, salió de allí hacia Galilea, porque Jesús mismo testificó que un profeta no tiene estima en su propia patria.
Cuando llegó, pues, a Galilea, viendo los galileos todo lo que había hecho en Jerusalén, lo acogieron bien, pues también ellos habían ido a la fiesta. Y vino otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había un funcionario real cuyo hijo estaba enfermo en Cafarnaúm. Este oyó que Jesús llegaba de Judea a Galilea, y fue a Él, y le rogaba que bajara y sanara a su hijo, pues estaba a punto de morir. Jesús le dijo:
—Si no vierais señales y prodigios, de ningún modo creeréis.
El funcionario le dice:
—Señor, baja antes que mi niño muera.
Jesús le dice:
—¡Ve, tu hijo vive!
Y el hombre creyó a la Palabra que le dijo Jesús, y se fue. Y cuando ya bajaba, sus esclavos le salieron al encuentro, diciendo:
—¡Tu muchacho vive!
Les preguntó, pues, la hora en que había comenzado a estar mejor, y le dijeron:
—Ayer, a la hora séptima, lo dejó la fiebre.
Entonces el padre entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: ¡Tu hijo vive! Y creyó él y toda su casa. Esta segunda señal hizo de nuevo Jesús cuando vino de Judea a Galilea.
Después de esto, había una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y junto a la puerta de las ovejas en Jerusalén hay un estanque llamado en hebreo Betzatá, que tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos e impedidos. Y estaba allí cierto hombre que llevaba treinta y ocho años en su enfermedad. Cuando Jesús lo vio tendido, sabiendo que tenía ya mucho tiempo así, le dice:
—¿Quieres ser sano?
—Señor —le respondió el enfermo— no tengo un hombre que me meta en el estanque cuando es agitada el agua, y mientras yo voy, otro baja antes que yo.
Jesús le dice:
—¡Levántate, recoge tu catre y anda!
E inmediatamente el hombre quedó sano, y recogió su catre y echó a andar. Y aquel día era sábado. Entonces los judíos decían al que había sido sanado:
—Es sábado; no te es lícito cargar el catre.
Pero él les respondió:
—El mismo que me sanó, me dijo: Recoge tu catre y anda.
Le preguntaron:
—¿Quién es el hombre que te dijo: Levanta y anda?
Pero el que había sido sanado no sabía quién era, porque Jesús se había retirado a causa del gentío que había en el lugar. Después de esto lo halla Jesús en el templo, y le dijo:
—Mira, has sido sanado. No peques más, no sea que te suceda algo peor.
El hombre fue y dijo a los judíos que Jesús era el que lo había sanado, y por esto los judíos perseguían a Jesús, pues hacía estas cosas en sábado. Pero Él les respondió:
—Mi Padre hasta ahora trabaja y Yo trabajo.
Así que, por esto más aún procuraban los judíos matarlo, pues no solo quebrantaba el sábado, sino también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.
Tomando la palabra Jesús, les decía:
—De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada de sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre. Porque lo que Él hace, esto también hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y mayores obras que estas le mostrará para que vosotros os maravilléis. Porque así como el Padre levanta y da vida a los muertos, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque ni aún el Padre juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha encomendado al Hijo, para que todos honren al Hijo así como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi Palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no va a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. De cierto, de cierto os digo, que llega la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios y los que oyeron vivirán.
Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también dio al Hijo el tener vida en sí mismo. Y le dio autoridad para hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto, pues llega la hora en que todos los que yacen en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, pero los que practicaron lo malo a resurrección de juicio. No puedo Yo hacer nada de Mí mismo. Según oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Si Yo doy testimonio acerca de Mí mismo, mi testimonio no es veraz. Otro es el que da testimonio de Mí y sé que el testimonio que da acerca de Mí es veraz. Vosotros habéis enviado mensajeros a Juan y ha dado testimonio de la Verdad. Aunque Yo no recibo el testimonio de parte de un hombre, digo esto para que vosotros seáis salvos. Él era la antorcha que está ardiendo y alumbrando, y por un momento os quisisteis regocijar en su luz. Pero el testimonio que Yo tengo es mayor que el de Juan, porque las obras que el Padre me dio para que las realizara, las obras mismas que hago, dan testimonio de Mí, de que el Padre me ha enviado. El Padre que me envió, Él ha dado testimonio acerca de Mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su Palabra permaneciendo en vosotros, porque a quien Él envió, a Este vosotros no creéis.
Escudriñáis las Escrituras porque os parece que en ellas tenéis vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de Mí, ¡y no queréis venir a Mí para tener vida!
Gloria de parte de hombres no recibo, pero os conozco, que no tenéis el amor de Dios en vosotros mismos. Yo he venido en el nombre de mi Padre y no me recibís. Si otro viene en su propio nombre, a ése recibiréis. ¿Cómo podéis creer, vosotros que recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria del único Dios? No penséis que Yo os acusaré delante del Padre; hay quien os acusa: Moisés, en quien vosotros habéis puesto la esperanza. Pero si creyerais a Moisés, me creeríais a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?
Después de estas cosas, Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberíades. Y lo seguía mucha gente porque veían las señales que hacía en los enfermos. Pero Jesús subió al monte, y se sentaba allí con sus discípulos.
Estaba cerca la pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, pues, alzando los ojos y observando que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe:
—¿De dónde compraremos panes para que coman estos?
(Esto decía para probarlo, porque Él sabía qué iba a hacer). Le respondió Felipe:
—Doscientos denarios de panes no bastan para que cada uno tome un poco.
Le dice uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro:
—Aquí está un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos, pero, ¿qué es esto para tantos?
Dijo Jesús:
—Haced recostar a los hombres.
Y había mucha hierba en el lugar. Se recostaron, pues, los varones, en número como de cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes y habiendo dado gracias los repartió a los recostados, e igualmente de los pececillos, cuanto quisieron. Y cuando fueron saciados, dice a sus discípulos:
—Recoged los trozos sobrantes para que no se pierda nada.
Y de los cinco panes de cebada recogieron y llenaron doce cestos de trozos que sobraron a los que habían comido. Entonces los hombres, viendo la señal que había hecho, decían:
—Este es verdaderamente el Profeta que viene al mundo.
Pero Jesús, percibiendo que están a punto de venir y llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, volvió a retirarse al monte Él solo.
Cuando se hizo la tarde, sus discípulos bajaron al mar, y entrando en una barca iban al otro lado del mar hacia Cafarnaúm. Había ya oscurecido y Jesús aún no había llegado a ellos. Además, el mar se iba encrespando a causa de un gran viento que soplaba. Cuando habían remado como unos veinticinco o treinta estadios ven a Jesús andando sobre el mar y cerca de la barca, y tuvieron temor. Pero Él les dice:
—¡Yo Soy, no temáis!
Entonces lo recibieron con gusto en la barca y enseguida la barca estuvo en la tierra adonde iban.
Al día siguiente, la multitud que estaba al otro lado del mar vio que no había allí sino una barca y que Jesús no había entrado con sus discípulos en la barca, sino que sus discípulos se habían ido solos. (Otras barcas habían llegado de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido el pan, después de que el Señor hubo dado gracias).
Viendo, pues, la gente que Jesús no está allí, ni sus discípulos, entraron en las barcas y fueron a Cafarnaúm buscando a Jesús. Y al hallarlo al otro lado del mar le dijeron:
—Rabbí, ¿cuándo llegaste acá?
Les respondió Jesús diciendo:
—De cierto, de cierto os digo: Me buscáis, no porque visteis señales, sino porque comisteis de los panes y os hartasteis. ¡Trabajad!, no por la comida que perece sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará, porque a Este selló Dios el Padre.
Entonces le dijeron:
—¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?
Respondió Jesús y les dijo:
—Esta es la obra de Dios: que creáis en el que Él envió.
Entonces le dijeron:
—¿Qué señal haces tú pues, para que veamos y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer.
Jesús les dijo:
—De cierto, de cierto os digo: No os ha dado Moisés el pan del cielo, sino mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo.
Ellos le dijeron:
—¡Señor, danos siempre ese pan!
Jesús les dijo:
—¡Yo soy el pan de la vida; el que a Mí viene nunca tendrá hambre y el que cree en Mí no tendrá sed jamás! Pero os he dicho que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a Mí viene, de ningún modo lo echo fuera, pues he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que de todo lo que me ha dado no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que mira al Hijo y cree en Él tenga vida eterna y Yo lo resucitaré en el día postrero.
Los judíos murmuraban entonces acerca de Él, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo, y decían:
—¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo dice ahora: He descendido del cielo?
Respondió Jesús, y les dijo:
—No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a Mí si el Padre que me envió no lo arrastra. Y Yo lo resucitaré en el día postrero.
Está escrito en los profetas: Y todos serán enseñados de Dios. Todo el que oyó de parte del Padre, y aprendió, viene a Mí. No que alguno haya visto al Padre, excepto el que es de parte de Dios: Este ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que quien coma de él no muera: Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que Yo daré por la vida del mundo es mi carne.
Entonces los judíos discutían unos con otros, diciendo:
—¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
Así que Jesús les dijo:
—De cierto, de cierto os digo: A menos que comáis la carne del Hijo del Hombre y bebáis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que mastica mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que mastica mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí, y Yo en él. Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo del Padre, de igual modo el que me mastica, también él vivirá de Mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como los padres comieron y murieron. El que mastica este pan, vivirá para siempre.
Estas cosas dijo en Cafarnaúm, enseñando en una sinagoga. Al oírlas, muchos de entre sus discípulos dijeron:
—Dura es esta palabra; ¿quién puede soportarla?
Pero Jesús, sabiendo en sí mismo que sus discípulos refunfuñaban sobre esto, les dijo:
—¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué, si vierais al Hijo del Hombre ascendiendo adonde estaba primero? El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha nada. Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen.
(Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a traicionar), y decía:
—Por esto os he dicho que nadie puede venir a Mí, si no le ha sido dado del Padre.
Después de esto muchos de sus discípulos se volvieron a lo anterior y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los doce:
—¿Queréis acaso iros también vosotros?
Le respondió Simón Pedro:
—Señor, ¿a quién iremos? Tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios.
Jesús les respondió:
—¿No os escogí Yo a vosotros, los doce; y uno de vosotros es diablo?
Y se refería a Judas, hijo de Simón Iscariote, uno de los doce, porque este lo iba a traicionar.
Después de estas cosas, Jesús recorría Galilea, porque no quería andar en Judea pues los judíos lo buscaban para matarlo. Y estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos. Entonces le dijeron sus hermanos:
—Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque nadie hace algo en secreto y al mismo tiempo procura darse a conocer. Ya que haces estas cosas, manifiéstate al mundo.
(Porque ni aun sus hermanos creían en Él). Jesús les dice:
—Mi tiempo aún no ha llegado, pero vuestro tiempo siempre está dispuesto. No puede el mundo aborreceros, pero a Mí me aborrece, porque Yo testifico de él, que sus obras son perversas. Subid vosotros a la fiesta. Yo no subo a la fiesta, pues mi tiempo aún no ha sido cumplido.
Y habiéndoles dicho estas cosas, se quedó en Galilea. Pero tan pronto como sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió, no abiertamente, sino como en secreto. Por tanto, los judíos lo buscaban en la fiesta, y decían:
—¿Dónde está aquél?
Y había mucho murmullo entre las multitudes respecto a Él, pues unos decían:
—Es bueno.
Otros decían:
—No, sino que engaña a la gente.
Sin embargo, nadie hablaba francamente respecto a Él, por temor a los judíos.
Estando ya la fiesta a la mitad, Jesús subió al templo y allí enseñaba. Y los judíos se asombraban, diciendo:
—¿Cómo sabe este letras, si no ha estudiado?
Entonces Jesús tomó la palabra y les dijo:
—Mi doctrina no es mía, sino del que me envió. Si alguno quiere hacer Su voluntad, conocerá la doctrina, si es de Dios, o si Yo hablo de Mí mismo. El que habla de sí mismo busca su propia gloria, pero el que busca la gloria del que lo envió, este es verdadero y en Él no hay injusticia. ¿No os ha dado Moisés la ley? Pero ninguno de vosotros cumple la ley. ¿Por qué procuráis matarme?
La gente respondió:
—¡Demonio tienes! ¿Quién procura matarte?
Respondió Jesús y les dijo:
—Una obra hice, y todos os asombráis. Por esto, Moisés os ha dado la circuncisión, no que sea de Moisés sino de los padres, y en sábado circuncidáis a un hombre. Si un hombre recibe la circuncisión en sábado para que no sea quebrantada la ley de Moisés, ¿os enojáis conmigo porque en sábado sané por completo a un hombre? No juzguéis por la apariencia, sino juzgad con justo juicio.
Decían entonces algunos de los de Jerusalén:
—¿No es este a quien buscan para matar? Mirad, habla con libertad, y nada le dicen. ¿Será posible que los gobernantes hayan reconocido que este es el Cristo? Porque este, sabemos de dónde es; pero cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es.
Jesús entonces, mientras enseñaba en el templo, alzó la voz y dijo:
—¡Conque me conocéis y sabéis de dónde soy! Pero Yo no he venido de Mí mismo, sino que el que me envió, a quien vosotros no conocéis, es verdadero. Yo lo conozco porque vengo de parte suya, y Él me envió.
Entonces procuraban prenderlo, pero nadie le echó mano, porque aún no había llegado su hora. Pero muchos de la multitud creyeron en Él y decían:
—Cuando venga el Cristo, ¿hará acaso más señales que las que este hizo?
Oyeron los fariseos a la gente comentando estas cosas de Él, y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron sirvientes para que lo prendieran. Entonces Jesús dijo:
—Aún estoy con vosotros un poco de tiempo, y voy al que me envió. Me buscaréis y no me hallaréis, y donde Yo estoy, vosotros no podéis ir.
Entonces los judíos dijeron entre sí:
—¿A dónde va a ir este, que nosotros no lo hallaremos? ¿Se irá acaso a la diáspora de los helenistas, a enseñar a los helenistas? ¿Qué significa la palabra esta que dijo: Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde Yo estoy, vosotros no podéis ir?
En el último día, el más grande de la fiesta, Jesús se puso de pie, y alzando la voz, dijo:
—¡Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba! El que cree en Mí, como dijo la Escritura, de su vientre fluirán ríos de agua viva.
Esto dijo acerca del Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él, porque todavía no había Espíritu, pues Jesús no había sido aún glorificado. Y al oír estas palabras, de entre la multitud decían:
—¡Verdaderamente este es el Profeta!
Otros decían:
—¡Este es el Cristo!
Pero otros decían:
—¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de Bet-Léjem, la aldea de donde era David?
Por esto surgió una división entre la gente a causa de Él, y algunos de ellos querían prenderlo, pero nadie puso las manos sobre Él. Así que los sirvientes fueron a los principales sacerdotes y fariseos, y ellos les dijeron:
—¿Por qué no lo trajisteis?
Los sirvientes respondieron:
—¡Nunca un hombre habló así!
Entonces los fariseos les dijeron:
—¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso alguno de los magistrados o de los fariseos creyó en él? Pero esta gente que no conoce la ley es maldita.
Nicodemo (el que antes había ido a Él, y es uno de ellos), les dice:
—¿Acaso nuestra ley juzga al hombre sin que primero lo oiga y conozca qué hizo?
Respondieron y le dijeron:
—¿Acaso eres tú también de Galilea? Escudriña y verás que de Galilea no surge ningún profeta.