De nuevo, pues, les habló Jesús diciendo:

Yo soy la Luz del mundo. El que me sigue, no andará en la tiniebla, sino que tendrá la Luz de la vida.

 Le dijeron los fariseos:

Tú das testimonio acerca de ti mismo. Tu testimonio no es veraz.

Respondió Jesús y les dijo:

Aunque Yo de testimonio acerca de Mí mismo, mi testimonio es veraz, porque sé de dónde vine y a dónde voy, pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; Yo no juzgo a nadie. Y si Yo juzgara, mi juicio es verdadero; porque no estoy solo, sino Yo y el Padre que me envió. Y en vuestra misma ley ha sido escrito que el testimonio de dos hombres es veraz. Yo soy el que doy testimonio de Mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de Mí.

 Y le decían:

¿Dónde está tu padre?

Jesús respondió:

Ni me conocéis a Mí ni a mi Padre; si me conocierais a Mí, también conoceríais a mi Padre.

Estas palabras habló en la tesorería, mientras enseñaba en el templo, pero nadie lo prendió porque aún no había llegado su hora. Entonces les dijo de nuevo:

Yo me voy, y me buscaréis, y en vuestro pecado moriréis. Adonde Yo voy, vosotros no podéis ir.

Decían entonces los judíos:

¿Acaso se matará, pues dice: A donde Yo voy vosotros no podéis ir?

Y les decía:

Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo. Por eso os dije que en vuestros pecados moriréis. Si no creéis que Yo Soy, en vuestros pecados moriréis.

Pero ellos le decían:

Tú, ¿quién eres?

Jesús les dijo:

¿Qué os digo desde el principio? Muchas cosas tengo que decir y juzgar acerca de vosotros, pero el que me envió es veraz; y lo que Yo he oído de Él, esto digo al mundo.

(No comprendieron que les hablaba del Padre). Entonces Jesús dijo:

Cuando levantéis al Hijo del Hombre, entonces comprenderéis que Yo Soy, y que nada hago de Mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, esto hablo. Y el que me envió está conmigo; no me dejó solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada.

Hablando estas cosas, muchos creyeron en Él. Decía, pues, Jesús a los judíos que le habían creído:

Si vosotros permanecéis en mi Palabra, sois verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres.

Le respondieron:

Simiente de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?

 Jesús les respondió:

De cierto, de cierto os digo, que todo el que hace el pecado, es esclavo del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo queda para siempre. Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres. Sé que sois descendencia de Abraham, pero procuráis matarme porque mi Palabra no tiene cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto en la presencia del Padre, y vosotros hacéis también lo que oísteis del padre.

Respondieron y le dijeron:

Nuestro padre es Abraham.

Jesús les dice:

Si realmente sois hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad que oí de parte de Dios. No hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre.

Le dijeron:

Nosotros no hemos nacido de fornicación. Un solo padre tenemos: Dios.

 Jesús les dijo:

Si Dios fuera vuestro padre me amaríais, porque Yo salí del Padre y vengo de Dios. No he venido de Mí mismo, sino del que me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no sois capaces de oír mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre, del diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer; él era asesino desde un principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla, pues es mentiroso y padre de ella. Pero a Mí, que digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me inculpa de pecado? Si digo verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye, por esto no oís vosotros, porque no sois de Dios.

Respondieron los judíos, y le dijeron:

¿No decimos bien nosotros que tú eres samaritano y tienes demonio?

 Jesús respondió:

Yo no tengo demonio, sino que honro a mi Padre y vosotros me deshonráis. Pero Yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga. De cierto, de cierto os digo: Si alguno guarda mi Palabra, nunca jamás verá la muerte.

 Los judíos entonces le dijeron:

Ahora sabemos que tienes demonio. Abraham murió, también los profetas; y tú dices: Si alguno guarda mi Palabra, nunca jamás verá muerte eterna. ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡También los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo?

 Jesús respondió:

Si Yo me glorifico a Mí mismo, mi gloria nada es. Es mi Padre el que me glorifica, el mismo que vosotros decís: Es nuestro Dios. Y no lo habéis conocido, pero Yo lo conozco. Y si dijera que no lo conozco, sería semejante a vosotros, un mentiroso; pero Yo lo conozco, y guardo su Palabra. Abraham, vuestro padre, se regocijó de que vería mi día, y lo vio, y fue lleno de alegría.

Entonces le dijeron los judíos:

¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?

Jesús les dijo:

De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham llegara a ser, Yo Soy.

Tomaron entonces piedras para arrojárselas, pero Jesús fue ocultado y salió del templo.  Y pasando, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo:

Rabbí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?

Jesús respondió:

No pecó este ni sus padres, sino para que las obras de Dios fueran manifestadas en él. Debemos hacer las obras del que me envió mientras es de día, porque viene la noche cuando nadie puede trabajar; mientras Yo esté en el mundo, soy Luz del mundo.

Habiendo dicho esto, escupió en tierra, y con la saliva hizo lodo, y le untó el lodo sobre los ojos, y le dijo:

Ve, lávate en el estanque del Siloé —que traducido es Enviado.

Así que fue y se lavó, y regresó viendo. Entonces los vecinos y los que antes lo veían (pues era mendigo), decían:

¿No es este el que se sienta y mendiga?

Otros decían:

Es este.

Otros decían:

No, sino que se parece a él.

Él decía:

Soy yo.

Entonces le decían:

¿Cómo te fueron restaurados los ojos?

Respondió él:

El hombre llamado Jesús hizo lodo, me untó los ojos y me dijo: Ve al Siloé y lávate. Fui, pues, me lavé, y recibí la vista.

Y le dijeron:

¿Dónde está él?

Dice:

No sé.

Entonces llevan al que antes era ciego delante de los fariseos, porque el día en que Jesús hizo el lodo y le restauró los ojos era sábado. De nuevo pues, le preguntaban también los fariseos cómo recibió la vista. Y les dijo:

Me puso lodo sobre los ojos, me lavé, y veo.

Entonces algunos de los fariseos decían:

Este hombre no procede de Dios porque no guarda el sábado.

Otros decían:

¿Cómo puede un hombre pecador hacer tales señales?

Y había división entre ellos. Por lo que otra vez dijeron al ciego:

¿Y tú qué dices de él, puesto que te restauró los ojos?

Él dijo:

Que es profeta. 

Pero los judíos no le creyeron que había sido ciego y había recibido la vista, hasta que, llamando a los padres del que había recibido la vista, les preguntaron, diciendo:

¿Es este vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo pues, ve ahora?

Sus padres entonces respondieron y dijeron:

Sabemos que este es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; o quién le restauró los ojos, no lo sabemos. Preguntadle, edad tiene, él hablará por sí mismo.

Esto dijeron sus padres porque temían a los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno lo confesaba como Cristo, fuera expulsado de la sinagoga. Por esto sus padres dijeron:

Edad tiene, preguntadle.

Llamaron, pues, por segunda vez al hombre que antes era ciego, y le dijeron:

¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que este hombre es pecador.

Entonces él respondió:

Si es pecador, no lo sé; solo una cosa sé: que yo, siendo ciego, ahora veo.

Le preguntaron otra vez:

¿Qué te hizo? ¿Cómo te restauró los ojos? Les respondió: Ya os lo dije y no escuchasteis. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Acaso también vosotros queréis llegar a ser sus discípulos?

Y lo insultaron, y dijeron:

¡Tú eres discípulo suyo, pero nosotros somos discípulos de Moisés! Nosotros sabemos que Dios ha hablado a Moisés, pero este, no sabemos de dónde es.

Respondió el hombre, y les dijo:

Pues en esto hay algo asombroso: que vosotros no sabéis de dónde es, y a mí me restauró los ojos. Sabemos que Dios no oye a los pecadores, pero si alguien es temeroso de Dios y hace su voluntad, a este oye. Jamás se oyó que alguien restaurara ojos a uno nacido ciego. Si este no fuera de Dios, no podría hacer nada.

Respondieron y le dijeron:

Tú naciste por completo en pecados, ¿y tú nos enseñas?

Y lo echaron fuera. Oyó Jesús que lo habían echado fuera, y hallándolo, le dijo:

¿Crees tú en el Hijo del Hombre?

Respondió él y dijo:

¿Y quién es, señor, para que crea en Él?

Jesús le dijo:

Lo has visto. El que habla contigo, Él es.

Y él dijo:

Creo, Señor.

Y lo adoró. Jesús dijo:

Para juicio vine a este mundo, para que los que no ven, vean; y los que ven, lleguen a estar ciegos.

Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con Él, y le dijeron:

¿Acaso también nosotros somos ciegos?

Les dijo Jesús:

Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece. 

En verdad, en verdad os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, es ladrón y salteador; pero el que entra por la puerta, es el pastor de las ovejas. A este abre el portero, y las ovejas oyen su voz, y a sus ovejas llama por su nombre, y las saca. Cuando saca a todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque han conocido su voz, y de ningún modo seguirán al extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.

Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía. Volvió, pues, a decirles Jesús:

De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que vinieron antes de Mí son ladrones y salteadores, pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta: el que por Mí entra será salvo, y entrará y saldrá y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia.

Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor pone su vida por las ovejas. El asalariado y que no es pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y abandona las ovejas y huye, porque es asalariado y no le importan las ovejas, y el lobo las arrebata y las dispersa. Yo soy el buen Pastor, y conozco las mías, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y Yo conozco al Padre, y pongo mi vida por las ovejas. 

También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ellas debo traer, y oirán mi voz, y vendrán a ser un solo rebaño y un solo Pastor. Por esto el Padre me ama, por cuanto Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo la pongo de Mí mismo. Tengo autoridad para ponerla y tengo autoridad para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.

Volvió a haber división entre los judíos por estas palabras. Y muchos de ellos decían:

¡Demonio tiene y está fuera de sí! ¿Por qué lo oís?

Otros decían:

Estas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio restaurar ojos a ciegos? 

Llegó entonces la fiesta de la dedicación en Jerusalén. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo, en el pórtico de Salomón. Entonces lo rodearon los judíos, y le decían:

¿Hasta cuándo tienes en suspenso nuestra alma? Dinos claramente si tú eres el Cristo.

Jesús les respondió:

Os lo dije, y no creéis. Las obras que Yo hago en el Nombre de mi Padre, estas dan testimonio de Mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen mi voz, y Yo las conozco, y me siguen, y Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es mayor que todas las cosas y nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Los judíos recogieron otra vez piedras para apedrearlo. Jesús les dijo:

Muchas obras buenas del Padre os he mostrado, ¿por cuál de ellas me apedreáis?

Le respondieron los judíos:

Por buena obra no te apedreamos, sino por blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces Dios.

Jesús les respondió:

¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes llegó la Palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿a quien el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Blasfemas, porque dije: Soy Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a Mí, creed a las obras, para que conozcáis, y sigáis conociendo, que el Padre está en Mí y Yo en el Padre.

Procuraron otra vez prenderlo, pero escapó de sus manos.

 Y fue nuevamente al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan bautizaba al principio, y permaneció allí. Y muchos acudieron a Él, y decían:

Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; pero todas las cosas que dijo Juan acerca de este eran verdaderas.

Y muchos creyeron en Él allí. Y había cierto hombre enfermo, Lázaro de Betania, la aldea de María y de Marta su hermana. (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, era la que había ungido al Señor con perfume y enjugado los pies con sus cabellos). Enviaron las hermanas a decirle:

Señor, he aquí el que quieres está enfermo.

Al oírlo Jesús, dijo:

Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

Y Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro, pero cuando oye que está enfermo, se demoró aún dos días en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dice a los discípulos:

Vayamos otra vez a Judea.

Le dicen los discípulos:

Rabbí, hace poco los judíos intentaban apedrearte, ¿y otra vez vas allá?

Jesús respondió:

¿No hay doce horas en el día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo. Pero si uno anda de noche, tropieza, porque la luz no está en él.

Dichas estas cosas, después les dice:

Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo.

Entonces los discípulos le dijeron:

Señor, si se ha dormido será sanado.

(Pero Jesús había hablado acerca de su muerte, pero ellos pensaron: Se refiere al reposo del sueño). Así que Jesús les dijo claramente:

Lázaro murió. Y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos a él.

Entonces Tomás, el llamado Dídimo, dijo a sus condiscípulos:

Vayamos también nosotros para que muramos con Él.

Cuando llegó Jesús, halló que llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Y Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios; y muchos de los judíos habían acudido a Marta y María para consolarlas por el hermano. Así que, cuando Marta oyó: Jesús viene, salió a su encuentro; pero María permanecía sentada en la casa. Entonces Marta dijo a Jesús:

¡Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto! Pero yo sé que, aun ahora, todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará.

Jesús le dice:

Tu hermano resucitará.

Marta le dice:

Sé que resucitará en la resurrección, en el último día.

Jesús le dijo:

Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, de ningún modo morirá eternamente. ¿Crees esto?

Le dice:

Sí, Señor, yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo. 

Dicho esto, fue y llamó a su hermana María, diciéndole en secreto:

El Maestro está aquí y te llama.

Cuando ella lo oyó, se levantó de prisa y fue a Él, pues Jesús todavía no había llegado a la aldea, sino que estaba aún en el lugar donde Marta lo encontró. Entonces los judíos que estaban en la casa con ella y la consolaban, cuando vieron que María se levantó de prisa y salió, la siguieron porque pensaron que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando María llegó adonde estaba Jesús, al verlo cayó a sus pies, y le dijo:

¡Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto!

Al verla llorando, y a los judíos que habían llegado con ella también llorando, Jesús se enfureció en el espíritu y se turbó en sí mismo, y dijo:

¿Dónde lo habéis puesto?

Le dicen:

Señor, ven y ve.

Jesús lloró. Decían entonces los judíos:

¡Mirad cuánto lo amaba!

Pero algunos de ellos dijeron:

¿No podía este, que restauró los ojos al ciego, hacer también que este no muriera?

Jesús entonces, otra vez enfurecido en sí mismo, se acerca al sepulcro. Era una cueva, y una piedra estaba puesta sobre ella. Jesús dice:

¡Quitad la piedra! 

Le dice Marta, la hermana del que había muerto:

Señor, hiede ya, porque es de cuatro días.

Jesús le dice:

¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?

Y quitaron la piedra. Entonces Jesús alzó los ojos a lo alto, y dijo:

¡Padre, te doy gracias porque me has oído! Yo sabía que siempre me oyes, pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me enviaste.

Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz:

¡Lázaro, ven fuera!

Y el que había muerto salió, atados los pies y las manos con vendas, y su rostro había sido envuelto en un sudario. Jesús les dice:

Desatadlo y dejadlo ir.

Entonces, muchos de los judíos que habían ido a casa de María y vieron lo que hizo, creyeron en Él. Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que había hecho Jesús. Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al Sanedrín y decían:

¿Qué haremos? porque este hombre hace muchas señales. Si lo dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y nos quitarán tanto el Lugar como la nación.

Entonces Caifás, uno de ellos, que era sumo sacerdote de aquel año, les dijo:

Vosotros no sabéis nada, ni consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.

Pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote de aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para que reuniera en uno a los hijos de Dios que habían sido dispersados.

Desde aquel día pues, tomaron acuerdo para que lo mataran. Por eso Jesús ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que de allí se fue a la región cercana al desierto, a una ciudad llamada Efraín; y allí permaneció con los discípulos.

Estaba cerca la pascua de los judíos, y muchos subieron de la región a Jerusalén antes de la pascua para purificarse. Y buscaban a Jesús, y unos a otros, estando en el templo, decían:

¿Qué os parece? ¿Que no vendrá a la fiesta?

Y los principales sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes para que si alguno supiera dónde estaba, lo informara para prenderlo. Seis días antes de la pascua, Jesús fue a Betania, donde estaba Lázaro (a quien Jesús había resucitado de los muertos). Y le hicieron allí una cena: Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban reclinados con Él. Y María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Pero Judas Iscariote, uno de sus discípulos (el que lo iba a traicionar), dice:

¿Por qué no fue vendido este perfume por trescientos denarios y dado a los pobres?

Pero decía esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, hurtaba de lo que se echaba. Entonces Jesús dijo:

Déjala; para el día de mi sepultura lo ha guardado; porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a Mí no siempre me tenéis.

Y una gran multitud de judíos supo que estaba allí, y fueron no solo por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Por ello los principales sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque por causa de él, muchos de los judíos iban y creían en Jesús. Al día siguiente, un gran número de gente que había llegado a la fiesta, oyendo: ¡Jesús viene a Jerusalén!, tomaron ramas de palmeras y salieron a su encuentro, y clamaban:

¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en Nombre del Señor, el Rey de Israel!

Jesús halló un asnillo y montó en él, como está escrito: 

 No temas, hija de Sión; 

 He aquí, tu Rey viene, 

 Montado en un pollino de asna. 

Al principio sus discípulos no entendieron esto, pero cuando Jesús fue glorificado, entonces les fue recordado que estas cosas estaban escritas acerca de Él, y que se las hicieron. La multitud, pues, que estaba con Él cuando llamó a Lázaro del sepulcro y lo resucitó de los muertos, daba testimonio. Por esto también salió a su encuentro la multitud, porque oyeron que Él había hecho esta señal. Por tanto los fariseos se dijeron unos a otros:

¿Veis que no conseguís nada? ¡He aquí, el mundo se va tras él!

Entre los que subían a adorar en la fiesta, había algunos griegos. Estos, pues, se acercaron a Felipe (al de Betsaida de Galilea), y le rogaban diciendo:

Señor, deseamos ver a Jesús.

Felipe va y lo dice a Andrés, y Andrés y Felipe van y lo dicen a Jesús. Jesús les responde diciendo:

Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. En verdad, en verdad os digo: A menos que el grano de trigo caiga en la tierra y muera, queda él solo, pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para vida eterna. El que me sirva, sígame; y donde Yo estoy, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará. 

Ahora está turbada mi alma. ¿Y qué dijera? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas por esto mismo llegué a esta hora. ¡Padre, glorifica tu Nombre!

Entonces vino una voz del cielo:

¡Lo he glorificado y otra vez lo glorificaré!

La multitud que estaba presente y escuchando, decía que había sido un trueno. Otros decían:

¡Un ángel le ha hablado! 

Jesús tomó la palabra, y dijo:

Esta voz no ha venido por causa mía, sino por causa de vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora será echado fuera el príncipe de este mundo. Y Yo, cuando sea levantado en alto de sobre la tierra, a todos atraeré a Mí mismo.

(Esto decía dando a entender de qué clase de muerte iba a morir). Le respondió la gente:

Nosotros aprendimos de la ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú: Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del Hombre?

Jesús les dijo:

Todavía por un poco de tiempo la Luz está entre vosotros. Andad mientras tenéis la Luz, para que no os sorprenda la tiniebla, porque el que anda en la tiniebla no sabe a dónde va. Mientras tenéis la Luz, creed en la Luz, para que lleguéis a ser hijos de Luz. 

Estas cosas habló Jesús, y siendo ocultado se retiró de ellos. Porque a pesar de haber hecho tan grandes señales delante de ellos, no creían en Él; para que se cumpliera la Palabra del profeta Isaías, que dijo: 

Señor, ¿quién ha creído a nuestra noticia? 

¿Y a quién fue revelado el brazo del Señor?

Por esto no podían creer, porque Isaías dijo otra vez:

Ha cegado sus ojos y endureció su corazón,

Para que no vieran con los ojos y entendieran con el corazón, 

Y fueran convertidos; 

Aún así los sanaré.

Esto dijo Isaías porque vio su gloria, y habló acerca de Él. Sin embargo, aun de los principales, muchos creyeron en Él, pero por causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga, porque amaban la gloria de los hombres más que la gloria de Dios. Jesús dijo a gran voz:  

El que cree en Mí, no cree en Mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la Luz, he venido al mundo, para que todo el que cree en Mí no permanezca en la tiniebla. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, Yo no lo juzgo; porque no vine para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue: La Palabra que hablé, ella lo juzgará en el día postrero. Porque Yo no he hablado por Mí mismo, sino que el Padre que me envió, Él me ha dado mandamiento de lo que diga y lo que hable. Y sé que su mandamiento es vida eterna. Por tanto, lo que Yo hablo, tal como el Padre me ha dicho, así hablo.