01 Nimrod

Escrito el 25/12/2018


Y Cus engendró a Nimrod, primer prepotente en la tierra.

Gn. 10.8

 

Decimotercero por línea de Cam, Nimrod aparece como el primer poderoso en la tierra, principal constructor de la torre de Babel y de la Babilonia original, ciudad que junto con Erec, Acad y Calne, constituyó el comienzo de su reino en Mesopotamia. 

Posteriormente, siendo fortalecido  por una misteriosa fuerza, edificó Nimrod cuatro ciudades más, que junto a aquellas primeras, dieron origen a la forma de gobierno humano que, con distintos matices, impera hoy en el mundo. 

Esta esfera cósmica en la cual nacimos y fuimos criados, parece estar energizada por un poder invisible que, desde entonces, se ha puesto de manifiesto en un sistema religioso, un sistema de poderío imperial (político), y un sistema de poder económico

Generación tras generación, este espíritu, que no es otro sino el del príncipe de la potestad del aire, ha estado atrayendo engañosamente y controlando toda actividad del hombre, el cual, sin poder evitarlo, se ve obligado a obedecer.

También conocido como príncipe del mundo, Satanás ha logrado imponer, primeramente, un revesado orden religioso, seguido por un sistema de fuerza y violencia y finalmente por una organización de competencia y economía del lucro, que rigen al mundo desde la antigüedad y arrastra a la raza humana a su fatídico e ineluctable destino: la muerte. Base ancha de este sistema babilónico es la injusticia, sobre la cual, todo esfuerzo humano por lograr equidad, se ha visto permanentemente frustrado a través de los siglos. 

 De manera que Nimrod (heb. ‘marad = rebelarse, aram. gabba’run = el que se exalta a sí mismo) simboliza el esfuerzo humano por implantar la independencia de la voluntad de Dios, como copia terrenal del camino iniciado por el Lucero en el cielo. Entre otros, la Escritura designa a estos dioses/demonios como Belial, Mauzzim y Mamón. 

 Tan pronto como este sistema fue instaurado, de las mismas raíces babilónicas emergió el culto a Tammuz, mito que enseñaba que éste, hijo de Semiramis, no era otro sino Nimrod, su marido, el cual había reencarnado en la persona de Tammuz, y por ello llegado a ser, al mismo tiempo, hijo de su virgen esposa. 

Muerto, al parecer, prematuramente, su esposa-madre, Semiramis inventó y propagó la doctrina de la supervivencia de Nimrod como un ser espiritual. Ella sostenía que, de la noche a la mañana, un gran árbol (tipo de eterno verdor) había surgido de una cepa muerta, como símbolo de la reencarnación de su hijo Tammuz a una nueva vida, la de Nimrod, el cual, en cada aniversario de su natalicio, dejaría presentes al pie de un árbol.

Generaciones más tarde, Semiramis llegaría a ser conocida y adorada por babilónicos (y luego por israelitas) como la reina del cielo (Jer. 44.15-30)  y Nimrod, convertido en el divino hijo del cielo, sería adorado como encarnación del sol. De allí en adelante este mito religioso se propagó con un poder sobrenatural como copia del Proto-Evangelio (Gn. 3.15)

Esta sinergia, o esfuerzo humano para nutrir lo divino, llegó a convertirse en el principal objeto de adoración de la humanidad, dando inicio al culto madre e hijo que, con variación de nombres en las distintas civilizaciones, se extendió a través del tiempo por toda la tierra. 

En Egipto, la madre y el hijo eran adorados bajo los nombres de Isis y Osiris. En la India, aún hasta hoy, se los conoce como Isi e Iswara. En Asia eran adorados como Cibeles y Deoius. En Grecia, la Gran Madre era Serea, y el niño Plutus. 

Aun hasta en el lejano oriente (Tibet, China y Japón) encontramos la contraparte tal como es adorada hoy por el catolicismo. En aquellas lejanas regiones se rinde culto a Shing Moo, la Santa Madre de China, la cual estaba representada con su hijo en brazos y un halo de gloria que los rodeaba (copia patética del arte católico). 

En la antigua Roma pagana, la pareja llegó a ser conocida como Fortuna y Júpiter. 

Sorprende ver cuántos equivalentes de la Madona e il Bambino fueron objeto de culto idolátrico siglos antes del nacimiento de JESÚS de Nazaret, el verdadero Mesías.