E hizo Israel un alto en Sitim, y el pueblo fue contaminado al prostituirse con las hijas de Moab, las cuales invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses.
Y el pueblo comió de sus ofrendas y se postró ante los dioses de ellas.
Nm 25.1-2
Es importante notar primeramente que, durante la cuarta generación del cautiverio en Egipto, Dios no sólo consideró oportuno libertar a su pueblo (Ex 3.7-9) , sino también dar cumplimiento al anuncio de la Escritura respecto a los habitantes de Canaán: Y en la cuarta generación serán devueltos aquí, porque aún no se ha colmado la iniquidad del amorreo. (Gn 15.16).
Dios se proponía así libertar a Su pueblo del yugo egipcio y al mismo tiempo utilizarlo como instrumento de castigo, haciendo que la tierra de Canaán vomitara a sus moradores a causa de la terrible maldad de sus pecados. (Lv 18.24-30).
En este marco histórico es precisamente que la Escritura da entrada al profeta Balaam, un vidente alquilado por el rey de Moab, para que mediante una maldición profética destruyera al pueblo de Israel.
Balaam constituye una figura singular del Antiguo Pacto pues, aunque era extranjero y enemigo de los israelitas, se consideraba sujeto a la voluntad del Dios de ellos.
Contrario al caso de Asiria, que sin saberlo llegó a convertirse en la vara del furor de Dios para castigo a los judíos (Is 10.5-14), la Escritura describe a Balaam como una persona consciente de su poder sobrenatural, pero que, no obstante, no podría traspasar el dicho de YHVH (Nm 24.13).
Pero, al igual que su contratante, Balaam es también un personaje peculiar porque el aborrecimiento que siente hacia Israel manifiesta la oposición consciente de sus propias visiones y profecías.
Vemos cómo, a pesar de que el motivo de su viaje desde Mesopotamia a Moab fue motivado por la codicia (Dt 23.4), no pudo cumplir los deseos de Balac; y en lugar de maldecir a Israel (bajo la natural desesperación del rey), no pudo abrir su boca sino para bendecir al pueblo, y esto por cuatro veces consecutivas. Luego, el enigmático vidente regresó a su hogar (Nm 24.25).
Sin embargo, la historia que nos interesa no termina aquí. De pasajes ulteriores (2P 2.15; Jd 11; Ap 2.14) inferimos que los desgraciados acontecimientos que sucedieron a Israel en Baal-Peor luego de la partida de Balaam (Nm 25.1-18), fueron el resultado de un plan que urdió el malvado vidente cuando se dio cuenta de que los israelitas no podían ser objeto de maldición por ningún rey de la tierra.
En todos estos registros bíblicos apreciamos que el deseo de este hombre por destruir a Israel no era un sentimiento superfluo. El plan ideado por Balaam fue urdido con inteligencia poco común y denota un profundo conocimiento, no solo del carácter de los israelitas, sino de las debilidades del alma humana.
Las arteras instrucciones que este profeta alquilado transmitió al rey de Moab, se llevaron a cabo de manera consistente y precisa, y finalmente lograron que Israel perdiera su comunión con Dios. Con la pérdida de comunión, sobrevino la separación entre YHVH e Israel, y con la separación sobrevino la pérdida de poder... e Israel, vez tras vez, fue vencido por sus enemigos. Pero aún mucho después de los acontecimientos de la conquista de Canaán, la figura de Balaam permanece como símbolo vigente de advertencia contra la apostasía.
En el Nuevo Pacto se registran tres características de las acciones de Balaam: La primera es su camino (no precisamente recto), el cual, según lo expresa el apóstol Pedro, constituye un paradigma de todas las herejías de destrucción que, en encubierto, están siendo constantemente introducidas por los falsos maestros con el propósito de que la verdad sea blasfemada (2P 2.1-22).
La segunda es su error, que la Escritura menciona juntamente con el camino de Caín, que representa al hombre natural religioso que cree en Dios y en una “religión” según su propio pensamiento y voluntad, pero rechaza la redención gratuita por medio de la Sangre (Jd 11).
El error de Balaam ha de distinguirse de su camino, y de su doctrina. Este error fue su razonamiento: Basado en la simple moral natural, Balaam llegó a suponer que, exhibidas ante Dios todas la maldades y pecados de Israel, Éste debía maldecir a ese pueblo (Nm 24.1). Pero el vidente estaba ciego tocante a la más elevada moral de la expiación, mediante la cual el Dios tres veces santo puede mantener y fortalecer la autoridad y las terribles sanciones de Su ley, de modo tal que Él permanece siendo justo al mismo tiempo que no ve iniquidad ni nota maldad (Nm 23.21) en aquellos que justifica.
Finalmente, y de suma importancia para nuestro estudio, se encuentra la doctrina de Balaam (Ap 2.14), que consiste en las instrucciones que el vidente dio a su alquilador concerniente a (óigase bien): la única forma que el rey de Moab podría vencer a sus enemigos.
El consejo era simple y directo: Lograr que los israelitas cohabitaran con mujeres extranjeras (Nm 31.16). Después de la natural confianza que sobreviene a las relaciones íntimas, las moabitas tendrían la libertad de invitar a todo el pueblo a las “alegres” festividades de sus dioses. Una vez allí, entre el bullicio y el jolgorio... ¿qué mejor cosa que una buena comida?
Entonces (y a esta altura el lector hará bien en observar cuidadosamente que la acción a punto de sobrevenir es mucho más significativa que la fornicación misma), los israelitas, después de comer los alimentos sacrificados a sus dioses, se postrarían por ello, indefectiblemente, no ante los ídolos de Moab, sino ante los demonios que están tras los ídolos, cometiendo el adulterio espiritual contra Dios, y perdiendo así la santidad exigida como pueblo escogido y, obviamente, la unión con Él.
Es digno de notar que, sin excepción, todo culto de adoración idolátrica es seguido invariablemente por la acción de comer los alimentos previamente ofrecidos en sacrificio. De esta forma, desde muy temprano, aún antes de entrar en la Tierra Prometida, estos tristes hechos llevaron a Israel a cometer acciones que terminaron arruinándola como nación.