Y cuando Salomón era ya anciano, ocurrió que su corazón ya no estuvo sumiso a YHVH su Elohim, como el corazón de David su padre; y las mujeres extranjeras hicieron desviar su corazón en pos de los dioses de ellas.
Y Salomón edificó en el monte que está frente a Jerusalén, un lugar alto a Quemos, el ídolo de Moab, y a su rey, el ídolo de los hijos de Amón, y a Astarté, ídolo abominable de los sidonios. Y así hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso e inmolaban víctimas a sus dioses.
E hizo Salomón lo malo ante los ojos de YHVH, y no siguió cumplidamente a YHVH como David su padre.
1R.11.4-8
Con intervalos esporádicos durante el tiempo de sus reyes anteriores (Saúl y David), el pueblo de Israel había persistido en imitar las prácticas idolátricas cananeas, las cuales esta vez no sólo fueron permitidas, sino auspiciadas y compartidas por el mismo rey Salomón.
Al leer esta parte de la historia sagrada, la mente del lector cristiano puede ser movida hasta la perplejidad: Salomón, el hombre a quien Dios había dotado de singular sabiduría, poder y riqueza; autor de dos de los libros del Canon Hebreo, y próspero rey, se nos presenta ahora, en el ocaso de su vida, dentro de una total decadencia moral y espiritual, en la que comete las más aberrantes violaciones al pacto que él y su nación debían mantener con su Dios.
Salomón, paradigma de ingratitud
El particular grado de maldad del rey Salomón es más relevante, se muestra más crudo y absurdo, por cuanto tales transgresiones fueron perpetradas por un hombre que conocía a Dios (1R. 11.9-10) . Y fue precisamente por ello que sus acciones tuvieron un peso determinante en el ánimo y conducta de sus súbditos.
Era el rey mismo que estaba dando el ejemplo. De allí en adelante, todo era posible para Israel. De allí en adelante, y con la práctica de sus idolatrías, el pueblo pudo exclamar: ¡YHVH no nos ve! ¡YHVH ha abandonado la tierra! (Ez. 8.12) .
Con asombro y perplejidad vemos en los registros de la Escritura las perversas acciones de este rey en respuesta a Dios, que se le había aparecido en dos oportunidades para otorgarle sabiduría, riquezas, poder y gloria, como ningún otro hombre tuvo sobre la tierra.
Cuando, más adelante, las acciones de este vil personaje sean comparadas con las de innumerables cristianos en la actualidad, el fracaso espiritual del rey Salomón constituirá un ejemplo de gran ayuda en las conclusiones que el lector deberá extraer respecto a su propia vida delante de Dios.
Basta ahora resaltar el triste ejemplo que el rey dejó a su posteridad: Aquél que una vez había bendecido a toda la congregación de Israel (2Cr. 6.3) llegó a desagradarse de tal manera ante el Dios que lo había colocado en un sitial de honor por encima de todos los reyes de la tierra.
La experiencia personal del rey Salomón guarda también un paralelismo muy sigificativo con el colectivo que conforma la nación israelita, la cual, habiendo sido levantada por encima de todas las naciones de la tierra, y siendo receptora única de la adopción y la gloria, de los pactos y la promulgación de la ley, de las ordenanzas y las promesas; de leyes, mandamientos y estatutos del Dios único y verdadero, llegó a fracasar rotundamente frente al Dador de todo su bien (Ro. 9.4) .