Subiré a los Cielos, junto a las estrellas de DIOS haré levantar mi trono, y me sentaré en el monte de la asamblea; subiré sobre las altas nubes, en el flanco norte, y me haré semejante a Elyon.
Is 14.13b-14
La Escritura revela claramente la gran pretensión de Satanás: Ser igual a Dios, ser el gran imitador de Dios. ¡Ojalá lo fuera respecto a Su amor y bondad!.
Muchas son sus maquinaciones en procura por mantener su autoridad en el mundo. Desde su personificación como astuta serpiente del Génesis, hasta su postrer manifestación como poderoso dragón apocalíptico, el padre de mentira continuará engañando al mundo entero, y tratando de engañar a la Iglesia hasta el fin de su carrera (Ap 20.7-8,10).
Su quíntuple esfuerzo (subiré, levantaré, sentaré, subiré, seré) por ser semejante al Altísimo es procurado sin descanso, y en este su-premo deseo de imitación para el mal, es donde Lucero hace manifiesto la esencia de su maldad: la independencia de Dios y su obstinada determinación por usurpar la gloria divina y ser adorado (obedecido) en la tierra (Mt 4.9).
Nunca podrá exagerarse la importancia concedida a la ambición que Satanás manifestó contra Dios cuando se propuso lograr el dominio del cosmos. Este, su pecado inicial, es el génesis y dechado de todo pecado posterior, sea angélico o humano.
Sobre la base de este propósito de simulación, se puede observar que paralelamente al verdadero programa redentor de Dios a través de su Hijo Jesús, el Mesías que había de nacer de una virgen (Gn 3.15), existe también un falso sistema de adoración mundano el cual es anterior a la antigua Babilonia pues tiene sus raíces en la misma rebelión angelical, en el mismo ángel de luz.
Satanás supo insuflar su torcido espíritu religioso de justificación por obras, primeramente en Adán y Eva (Gn 3.7), luego en Caín (Gn 4.3), y después sobre el mundo postdiluviano mediante la imitación del verdadero plan de salvación por fe propuesto por Dios.
Este maléfico paralelismo ha llevado, y continúa llevando aún, a multitudes hacia un falso e inútil sistema de adoración, cuyo despropósito (característica de toda obra de Satanás) tiene como único fin la muerte (Pr 14.12).
Al analizar el ancestral tema de la idolatría, no podemos abstraernos del hecho que algún trozo de madera o piedra pueda tener en sí mismo una fuerza capaz de cegar, obstinar y apartar al hombre de la sincera fidelidad a Dios (recordemos que un ídolo nada es 1Co 8.4).
Las experiencias de Salomón y otros reyes de Israel evidencian el influjo de un poder superior tras la simple escultura y sus lugares de adoración.
En la actualidad —con ciertas variantes modernas—, creemos que tal poder y propósito se encuentra vigente y es una de las modalidades con que Satanás energiza la esfera de influencia de su cosmos (Ef 2.2).
Este poder sigue operando siempre con el mismo propósito de recibir adoración hasta alcanzar su clímax en la acción que la Escritura denomina la abominación desoladora (comp. Mt 24.15, 2Ts 2.4 y Ap 13.4, 15).
Además de su propósito por recibir adoración, es oportuno recordar que el diablo es el “padre” (inventor) de la mentira. Según las palabras de nuestro Señor Jesucristo, él no ha permanecido en la verdad (Jn 8.44). Sus engañosos movimientos envolventes de ayer se encuentran activos hoy, y el diablo los aplica en forma indiscriminada y sin acepción de personas. Repetimos: sin acepción de personas.
Los miembros de la Iglesia de Cristo, aun siendo sinceros, de ninguna manera están exentos de tal eventualidad. Fue a nosotros, los cristianos, a quienes el Apóstol escribió: ... el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz (2Co 11.14b).