12 Constantino

Escrito el 25/12/2018


Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata y ataviada con oro y piedras preciosas y perlas, sosteniendo en su mano una copa de oro llena de abominaciones y de las inmundicias de su fornicación, y en su frente estaba escrito un nombre: Misterio, Babilonia la grande, madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra. Y vi a la mujer embriagada de la sangre de los santos, y de la sangre de los mártires de Jesús; y al verla, me asombré con gran asombro. 

Ap 17.4-6

 

En esta parte de nuestro estudio, es importante recordar que para el momento en que el cristianismo apareciera como religión oficial del Imperio Romano, esta civilización era totalmente pagana, y los cristianos, hasta antes del siglo IV eran pocos. Sin embargo, a pesar de ser perseguidos por el gobierno imperial y el paganismo, su número había ido en aumento.

Durante los tres primeros siglos de nuestra era, las autoridades del Imperio romano habían utilizado a los cristianos como chivos expiatorios tanto de sus errores políticos, como de las calamidades de la época. 

En esos días los creyentes fueron culpados por los romanos de todos los desastres que acontecían en el Imperio; desde las plagas y la inflación hasta las incursiones de los bárbaros, todo se achacaba a los cristianos.

Los primeros en ser masacrados fueron acusados del incendio de Roma en 64 d.C. por Nerón. Según el historiador Tácito, las ejecuciones de los cristianos resultaban eventos deportivos

Él dice: Se les cubría con pieles de animales recién sacrificados para que sus cuerpos fueran destrozados por los perros. El emperador Decio forzaba a los cristianos a rendir juramento de lealtad, y ante las negativas, multitudes perecieron bajo las torturas más crueles en Roma, en África del norte, Egipto y Asia Menor. 

El emperador Valeriano organizó asesinatos masivos de ancianos y diáconos de la Iglesia Primitiva. Por cuanto se les había prohibido entrada a los cementerios, los cristianos enterraban sus deudos en las llamadas “catacumbas” que construían fuera de la ciudad. El número de los mártires cristianos en aquellos primeros siglos se han calculado en no menos de siete millones. 

No fue sino hasta el advenimiento de Constantino como emperador (312 d.C.), que se produjo el importante edicto de tolerancia, el cual, en un solo día, elevó el cristianismo a niveles de igualdad religiosa con el paganismo. Así, de un momento a otro, la cultura greco-romana se vio obligada por decreto a aceptar esta nueva forma de religión y los nuevos adeptos al cristianismo sumaron prontamente centenares de millares. 

De allí en adelante, la forma de gobierno imperial, sus leyes y hasta los estilos de arquitectura fue influenciada por la iglesia oficial, de tal manera que la ciudad de Roma llegó a representar el doble papel de capital del Imperio y centro de la iglesia. Por su parte, la organización de Roma influyó en forma determinante en el carácter de la iglesia. 

El Imperio era de muchas ciudades, así la cristiandad pasó a ser un movimiento urbano gracias a la vigorosa acción del emperador Constantino en su esfuerzo por fortalecer en una las instituciones de la iglesia y el estado. Pero, grandes como en efecto eran las concesiones de Constantino para la iglesia, fueron siempre sólo para aquella porción jerárquica que había sido organizada durante doscientos años por los padres de la iglesia que se llamaba a sí misma católica

Las diversas congregaciones formadas por verdaderos cristianos, que eran todavía muchas, obviamente no podían esperar favores de su mano y pasaron a ser consideradas como sectas heréticas. 

En años posteriores, y a causa del fortalecimiento entre la iglesia “oficial” y el emperador, el título imperial de Pontifex Maximus (que Constantino había conservado) fue transferido al Papa de la iglesia con sede en Roma, cuyo título es utilizado hasta hoy. 

La acción de este “cristiano” emperador, dio a luz la fatídica y perniciosa unión de la iglesia y el estado que con el correr del tiempo llegaría a transformarse en la Babilonia, madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra que Juan visualizó en Patmos. 

Pronto olvidó la cúpula dirigente católica que la Iglesia no había nacido en Pentecostés para ser una institución autocrática que impondría al mundo una copia de cristianismo deformado. Para la religión católico-romana (así como cualquier otra religión) es imposible entender que es Cristo mismo, y no la Iglesia, quien ostenta el poder transformador en la vida humana. La verdadera Iglesia es un cuerpo de creyentes que testificara de su Persona y manifestara al mundo Su amor y unión en la Verdad. 

Pero la iglesia, asimilada por la Roma imperial, fue absorbida rápidamente por una forma de gobierno similar al del mundo político del cual derivaba, y dentro del cual existía. Así, ésta llegó a ser una vasta y eficiente organización, de corte piramidal, regida por diferentes estratos de autoridad que tenían su cúspide en el Pontifex Maximus.

Quienes hoy tenemos el privilegio de haber alcanzado la madurez de los tiempos, nos es posible considerar retrospectivamente toda la sangrienta, perversa y corrompida historia del papado romano, con su secuela de sobornos, corruptelas, inmoralidades abominables, simonía y asesinatos, de cristianos y judíos, comprendemos el asombro que invadió al apóstol Juan cuando vio anticipadamente a la mujer embriagada de la sangre de los santos y de la sangre de los mártires de Jesús

Y decimos en parte, por cuanto el misterio que asombra a Juan es un gran asombro: ... me asombré con gran asombro. Esto expresa no solo lo sorprendente sino lo inaudito... 

Percibimos así el nexo entre el antiguo culto madre e hijo y la Gran Ramera. Pero hasta aquí, solo han sido expuestas las raíces (Babilonia) y el tronco (Roma) del árbol. Faltan aún las ramas y su follaje.

Sin embargo, por el momento, continuemos con la descripción de los acontecimientos que definen ese grueso tronco que es la Roma Papal.

Para el tiempo del decreto de Constantino, Roma estaba apegada a las festividades en honor a Fortuna y Júpiter, denominadas Saturnales y Brumales. Sus festejos tenían efecto, del 17 al 24 de diciembre la primera, y el 25 del mismo mes la segunda. Tanto la Saturnal como la Brumal conmemoraban el día más corto del año (solsticio de invierno) y el nuevo sol (o comienzo del solsticio de verano). 

Estas festividades se encontraban profundamente arraigadas en las costumbres populares y no podían ser súbitamente suprimidas por un simple decreto, o para que la nueva religión oficial del Imperio no las tomase en consideración.

Así fue como a partir del siglo IV, mientras los paganos del mundo romano se pasaban masiva y convenientemente a su nueva religión, sus antiguas creencias y costumbres persistieron disimuladas bajo nombres cristianos. Sin mayores alteraciones, conflictos u oposiciones, la celebración del antiguo culto madre e hijo fue convertido en la cristianísima adoración de la Madona e il Bambino.

 Ahora bien, no existe ninguna evidencia histórica que muestre que los cristianos del primer siglo, hasta el siglo IV, celebraran la Navidad en cualquier fecha, y mucho menos que hayan elegido el mes de diciembre y separado la noche del 24 como Noche Buena y el 25 como la fecha del nacimiento de Jesús. Si esto es así, ¿cómo surgió dicha festividad? ¿Quién la estableció? ¿Cómo y por qué fue establecida?