13 La fábula

Escrito el 25/12/2018


Estáis observando escrupulosamente días, y meses, y tiempos, y años. Temo por vosotros que, de algún modo, haya trabajado en vano entre vosotros.

Ga. 4.10-11

 

La Escritura Sagrada no presenta ningún registro directo del día del nacimiento de JESÚS de Nazaret. La Iglesia Primitiva, por tanto, nunca celebró la Natividad. 

La imposición de esta celebración en el mes de diciembre muestra la astucia y el virtuosismo de la Iglesia Católica en su hábil y práctica manipulación de las emociones del hombre ligadas a la esencia pagana de su alma. 

En el calendario juliano aparece el 24 de diciembre como día del solsticio de invierno, tiempo en el cual se celebraba en Roma el nacimiento del Sol, siguiendo las tradiciones idolátricas que la civilización egipcia rendía al dios sol. 

Este culto de adoración idolátrica, perpetuado hasta hoy en la mitra papal, era simbolizado por una virgen que daba a luz un niño en diciembre y estaba vinculado al festival popular originado en la Babilonia que adoraba a Isis y Osiris. 

En Siria, las celebraciones eran similares. En ellas se mostraba a un niño recién nacido siendo presentado a la multitud, siendo su virgen madre en simil de la diosa semita Astarté. 

De la misma manera, otros cultos solares y de fertilidad ofrecidos a finales del solsticio de invierno identificados en el Mediterráneo y el Medio Oriente, aparecieron igualmente en la Europa central y nórdica. 

Pero la penetración de las religiones solares en Roma fue motivada principalmente por la tremenda popularidad que ganó en todo el Imperio Romano una antigua deidad persa: el dios Mitra. 

 Siendo Mitra una divinidad solar, se la identificaba con el Sol Invictus, y su natividad obviamente comenzaba con el solsticio de verano, o sea el 25 de diciembre, fecha que daba comienzo al primero de los días más largos del año. 

Probablemente, la extensión de la adoración solar sucedió durante el reinado del emperador Heliogábalo (218-222). Fue en esa época en que el 25 de diciembre comenzó a fijarse como fecha para la celebración del nacimiento del astro inconquistable. 

En todo caso, es factible que haya sido más bien durante el gobierno del emperador Aureliano (270-275) el tiempo en que se estableció definitivamente la fecha de celebración del festival pagano Natalis Solis Invictis, que más tarde llegaría a ser transformado en el Natalis Cristis. 

Estas festividades eran en verdad extrañas por lo contradictoria. Por una parte expresaban aspiraciones de pureza moral e inmortalidad, pero al mismo tiempo incluían toda clase de artes de magia, prácticas sexuales perversas y éxtasis orgiásticos, así como todas las manifestaciones instintivas de las prácticas rituales de la religión de Emesa. 

La religión mitráica fue durante mucho tiempo uno de los principales rivales del cristianismo primitivo. El conflicto de intereses y el enfrentamiento entre estas dos religiones insurgentes se mantuvo durante un tiempo en un balance bastante equitativo. Sin embargo el cristianismo religioso fue movido y atraído emocionalmente por la alegría y el jolgorio de sus rituales, y se acostumbró a asistir a los festivales solares de las Brumales, Saturnales y Kalendae

 En este punto, los obispos de la iglesia católica, con una agudeza psicológica extraordinaria, se dieron cuenta del poder de atracción que el fetichismo, la imaginería y los ritos y celebraciones del sol invictus ejercían sobre sus “fieles”, y con un gran sentido práctico, con el objeto de capturar y canalizar las tendencias inconscientes de la población y como fórmula para transferir la devoción de los paganos, el catolicismo romano decidió escoger el fin de la Saturnal como fecha del nacimiento de su fundador. 

En la época que hoy llamamos Navidad, los romanos no sólo festejaban la Saturnal (17-24 de diciembre) sino también tenían una celebración la llamada Kalendae (de allí la palabra calendario). 

En este último festival, los ciudadanos del Imperio acostumbraban a distribuir e intercambiar regalos llamados strenae (de allí la palabra estreno) como presagio y signo de buena fortuna. Esta práctica ritual se originaba en la creencia antigua de que, durante esa época, los malos espíritus (demonios) salían para castigar o premiar a los seres humanos. 

En Egipto, por su parte, los cristianos llegaron a considerar el seis de enero como la fecha de la Natividad, pero la Iglesia de Occidente nunca reconoció tal fecha, y no fue sino hasta comienzos del siglo IV que la Iglesia Romana decidió adoptar definitivamente el 25 de diciembre como fecha oficial del nacimiento de Cristo. 

Esta fecha fue adoptada unos años más tarde por la Iglesia Oriental, hasta que la costumbre se afianzó en Antioquía aproximadamente en el año 325.

El motivo principal que llevó a los obispos católicos a fijar el 25 de diciembre como fecha de la Natividad fue la necesidad de contrarrestar y competir con las populares fiestas paganas de las Brumales y Saturnales que se celebraban ese mismo día. 

Estos festivales de la Roma Imperial eran herencia de los persas. Los descubrimientos arqueológicos muestran que en el cercano y en el lejano oriente, tanto los persas, como los árabes, y otros pueblos del oriente, celebraban el nacimiento del dios Meni asociado con la Luna (de allí el dicho la cara de la luna). 

Como fue dicho anteriormente, el Mitraísmo tenía dos días sagrados: el primer día de la semana que vino a ser reconocido como el venerable día del sol (de allí Sunday) y el 25 de diciembre, conocido como Dies Natalis Solis, es decir, el nacimiento del sol

En el Imperio Romano se celebraban entonces tres festividades: 

  • El día del dios Meni (24 de diciembre).
  • El día del nacimiento del dios Sol (25 de diciembre).
  • El venerable día del sol (primer día de la semana). 

El término Mitraísmo, que surge del dios Mitra, define a la religión del Imperio Romano en el tiempo en que Constantino asumió el trono, y era adorado como guardián de los brazos

Mitra era considerado como el protector del ejército de Roma y del soldado romano; y parte de su culto incluía el conocido apretón de manos, gesto con el cual los soldados romanos mostraban que estaban desarmados, reflejando un acto de amistad, para luego entrar a adorar al dios de su ejército. 

Fueron los soldados romanos los que exportaron el apretón de manos como señal de amistad y para sellar acuerdos y concluir contratos, representando así que no habían usado armas escondidas, es decir, trampas. 

Del culto de adoración al sol proceden también los llamados halos o círculos (que se conservan hasta hoy) que los artistas representaban en sus dibujos y pinturas sobre la cabeza de los ídolos.

Cuando somos confrontados por estos hechos, no podemos escapar a la triste pero real conclusión, de que la Navidad, tal como es conocida y celebrada hoy, exhibe un trasfondo pagano que fue habilmente mezclado con el cristianismo. 

Los reformadores y puritanos rechazaron inicialmente estas prácticas. Los anales de la historia registran, por ejemplo, que tan pronto como los peregrinos llegaron al continente americano declararon ilegal la celebración navideña. 

Sin embargo, la fuerza demoníaca tras las festividades ahogaron las voces de protesta y las tradiciones cegaron la única luz que los podía preservar del error: La Escritutura Sagrada. Y así fue que protestantes, reformados y evangélicos, todos sin excepción, siguen hasta hoy postrándose al mandato de Roma.