Pero vosotros, los que abandonáis a YHVH ,
Y os olvidáis de mi santo monte;
Los que preparáis una mesa para Fortuna,
Y lleváis la copa para el Destino,
Is 65.11
Fortuna era el dios de la buena fortuna que adoraban los babilonios. De allí el origen pagano de la palabra afortunado. La palabra también se refiere a gude, la cual proviene de una antigua raíz aramea que significa invadir con tropas, o atacar.
El profeta Isaías menciona además a Destino (heb. Meni), deidad pagana también de origen babilónico. De esta manera, la Escritura nos presenta aquí a dos demonios que los israelitas habían preferido adorar antes que el Dios verdadero.
Fortuna y Destino no son entonces calificativos, sino los nombres personales de dos deidades babilónicas.
¿Y en qué particular fecha sus adoradores presentaban su ofrenda? ¡Justamente el 24 y 25 de diciembre!
¿Y mediante cuál particular ofrenda? Pues, sacrificando en huertos, quemando incienso sobre ladrillos, invocando el espíritu de los muertos, y pernoctando en lugares escondidos, aguardaban el alba para comer carne de cerdo (Is 65. 2-4).
De forma que el 24 de diciembre comenzaban la celebración de su culto al dios Fortuna. Iban a los huertos, escogían un determinado árbol y allí adoraban. Luego, debajo de ese mismo árbol, sacrificaban el cerdo que comerían al día siguiente.
Los romanos adoptaron tales prácticas babilónicas, y cuando la iglesia romana inició su proceso oficial de cristianización, los elementos de estos cultos idolátricos fueron sutilmente adaptados al árbol de Navidad, a la cena del 24 de diciembre a la media noche, y a las comilonas del lechón o del pavo del 25 de diciembre.
Tales fueron los orígenes y motivos en el proceso de asimilación del paganismo al cristianismo religioso, a fin de tener a todo el mundo contento bajo la autoridad del papado romano... ¿Asombrado?