Como pudimos apreciar en el capítulo anterior, el cristianismo religioso se fundió rápidamente con el paganismo, hasta que, finalmente, la Navidad fue añadida a los recordatorios de Pascua y Pentecostés celebradas por la Iglesia Primitiva.
Es evidente que hasta entonces la Iglesia no había celebrado ninguna fiesta del nacimiento de Jesús.
Por el siglo II, los discípulos del gnóstico Basilides observaban el 6 de enero como fecha del bautismo del Señor. Probablemente a comienzos del siglo IV, en Oriente esa fecha era considerada como la del nacimiento de Cristo, en razón de una interpretación errada de Lucas 3.23, que le hacía exactamente de treinta años de edad en el momento del bautismo.
Sin embargo, había otros factores en operación. En el siglo III existía la noción de que el universo había sido creado en el equinoccio de primavera, señalado en el calendario juliano el 25 de marzo. Similares hábitos de pensamiento hacían suponer que el día del comienzo de la nueva creación era el mismo del principio de la Encarnación, resultando el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno, o sea el 25 de diciembre.
Hipólito, exegeta y tratadista que vivió en Roma durante el siglo IV parece haber sido el primero en fijar la fecha del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús. Para ese tiempo había surgido un deseo muy fuerte en la iglesia oficial por celebrar tanto el nacimiento como el bautismo de Jesús.
De esta forma Hipólito llegó a convencerse de que la vida de Jesús había durado exactamente treinta y tres años. Por lo tanto —razonaba— si el Señor había sido crucificado el 25 de marzo, debía haber sido concebido en ese mismo día. Luego calculó nueve meses desde la anunciación, y concluyó, entonces, en el 25 de diciembre como fecha de Su nacimiento.
Anteriormente, el mismo Hipólito había fijado el 2 de enero, mientras otros iluminatti afirmaban que la Natividad había ocurrido un 6 de enero, o quizá un 18 de abril, otros un 20 de mayo, otros un 28 de marzo. Con todo, no fue sino en el 354 d.C. cuando se registra históricamente el 25 de diciembre como fecha oficial.
Esta fecha fue establecida para la celebración en las iglesias de Occidente, pero las iglesias de Oriente continuaron observando el 6 de enero como fecha del nacimiento tanto físico como espiritual (bautismo) del Señor hasta la primera parte del siglo V.
Al examinar detenidamente lo que representa la fenomenal celebración del culto navideño en todo el mundo, es asombroso y paradójico notar que no existe ninguna mención bíblica para tal festividad.
En segundo término, se comprueba que la Iglesia Primitiva no hacía ningún tipo de distinción en esta fecha, y no existe ninguna evidencia histórica para sostener que se haya celebrado Navidad durante el período apostólico o aun post-apostólico.
Decididamente, la fecha de la Navidad fue establecida por los hombres y no por Dios. No hay ninguna información directa registrada en las Sagradas Escrituras para tal celebración, y sobre todo, así como tampoco que dicho día tenga relación, directa o indirecta, con el programa de las solemnidades sagradas (Lv 23), el cual, como podremos comprobar, sí observa un cumplimiento profético perfecto en el nacimiento, vida y obra, muerte y resurrección del Mesías Jesús.
Recordemos que el cálculo de Hipólito para fijar la Navidad el 25 de diciembre fue definitivamente influenciado por el hecho de que durante esa época, cuando el sol comienza su revolución, se celebraba el aniversario del Sol Invictus de la religión Mitra. ¿Y qué mejor ocasión que esta fecha para substituir las Saturnalias y Brumalias por una gran celebración cristiana?
Aquellas festividades paganas, con su alboroto y alegría, eran tan populares, que los religiosos cristianos vieron con agrado una excusa para continuar con esa celebración sin mayores cambios en el espíritu y la forma de su observancia.
Otro factor de importancia que pudo haber llevado a los dirigentes de la iglesia oficial del siglo IV a pensar que era correcto hacer coincidir el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, era la influencia del maniqueísmo pagano, que identificaba al Hijo de Dios con Foebus (dios-sol) cuyo nacimiento también se celebraba en esa misma fecha.
Sin embargo, los anales de la historia demuestran que durante los tres primeros siglos de nuestra era, los verdaderos cristianos nunca celebraron la Navidad. La fiesta hizo su aparición, y fue introducida en el siglo IV por medio de la iglesia católica, y se extendió de allí al protestantismo y al resto del mundo. Pero, ¿de donde lo recibió la iglesia católica? Evidentemente no fue de las enseñanzas del Nuevo Testamento ni de los Apóstoles, quienes personalmente fueron instruidos por Jesucristo.
Las mismas autoridades católicas afirman que la Navidad no estaba incluida entre las primeras festividades de la iglesia. Hemos visto cómo los primeros indicios de ella provienen de Egipto. Las costumbres paganas relacionadas con el principio de enero en el día de Foebus y Mitra se centraron en la fiesta de la Navidad, y así fue introducida por el romanismo del siglo IV de nuestra era.
La festividad pasó de Roma al Oriente, siendo transferida a Constantinopla probablemente por Gregorio Nacianceno, entre 378 y 381.
Pero no fue sino hasta el siglo V que se estableció como fiesta oficial cristiana. Los predicadores de Occidente y cercano Oriente protestaron inicialmente contra esta frivolidad que celebraba el nacimiento de Jesús, mientras que los cristianos de la zona de Mesopotamia acusaban a sus hermanos occidentales de idolatría y de adoración al sol, al adoptar como cristiana esa fiesta pagana.
No obstante, la festividad fue ganando aceptación y al final se estableció tan fuertemente, que ni la reforma protestante del siglo XVI pudo terminar con ella.