19 Epílogo

Escrito el 25/12/2018


¡Ojalá me soportarais un poco de insensatez! Pero, en verdad, soportadme, pues os celo con celo de Dios, porque os desposé con un solo marido, para presentaros ante Cristo como una virgen pura. Pero temo que, de algún modo, así como el ofidio con su astucia engañó por completo a Havah, así vuestros sentidos sean extraviados de la pureza y castidad debida a Cristo. 

2Co. 11.1-3

 

La narrativa anterior refleja algunas de las tristes experiencias de Israel. Este pueblo, escogido y amado por Dios entre todos los pueblos de la tierra, supuso llevar el tabernáculo de Dios durante su peregrinación en el desierto. Tardíamente, sus descendientes fueron enterados que lo que en realidad transportaron sus padres durante cuarenta años no había sido sino el tabernáculo de... ¡los mismísimos demonios! (Am. 5.25-27; Hch. 7.40-43). 

Esta amarga experiencia, este fracaso espiritual, que como ejemplo quedó escrito para amonestarnos a nosotros (1Co.10.11), constituye hoy una clara advertencia al cristiano en su servicio a Dios, para que no lo haga conforme a las tradiciones del mundo, sino como Él lo dispuso de manera específica.

Dios nos advierte en Su Palabra que no aceptará la adoración de ninguna persona que, aun tratando de honrarlo en forma sincera, adopte para ello costumbres paganas. Aunque a los creyentes nos parezcan aceptables ciertas tradiciones religiosas, y por medio de altísimos y píos pensamientos junto a nobles esfuerzos intentemos justificar tales acciones, será sabio considerar que quizá estemos honrando al Señor en vano al practicar como doctrinas mandamientos de hombres (Mt.15.6b).

Considerados estos hechos, con perplejidad y asombro, y a pesar de nosotros mismos, hemos de aceptar la verdad descarnada de que la celebración de la Navidad es una costumbre pagana que -a la luz de la Palabra de Dios- representan un claro anti-tipo de aquellos “lugares altos” en los que Israel fornicaba con dioses cananeos adulterando contra Dios. 

En días por venir, millones de creyentes fieles y sinceros,... pero ¡terriblemente engañados!, asistirán mansamente a la mesa de los demonios, comerán ingenuamente de lo sacrificado a los demonios y se contaminarán indefictiblemente. Allí, postrados ante Belial, corrompidos sus sentidos de la debida pureza y castidad, adulterarán contra el Esposo Fiel que los rescató. Porque, ¿qué concordia tiene Cristo con Belial?

 

Las profundidades de Satanás

¿Cuáles son esas profundidades? Es duro y amargo tener que aceptar engaño tan pertinaz. Y no podemos alegar que la Palabra haya fallado, sino por dar mejor crédito a las tradiciones que a la Escritura, que advierte claramente: Pero tengo contra ti, que toleras a esa mujer Jezabel, quien se dice profetisa, y enseña y extravía a mis siervos a fornicar y a comer de lo que se ofrece en sacrificio a los ídolos. Y le he dado tiempo para que se arrepintiera, pero no quiere arrepentirse de sus fornicaciones. He aquí que la echo en cama, y en gran tribulación a los que adulteran con ella, a menos que se arrepientan de las obras de ella, y a sus hijos mataré con mala muerte, y todas las iglesias conocerán que Yo soy el que escudriña riñones y corazones, y os daré a cada uno de vosotros conforme a vuestras obras. Pero a vosotros, a los demás que están en Tiatira, a cuantos no tienen esta doctrina, los cuales no conocieron las profundidades de Satanás (como las llaman), digo: No os impongo otra carga (Ap. 2.20-24).

No hay necesidad de una iluminación especial para entender este pasaje. Jezabel es la Gran Ramera, es decir, Roma, la cual mediante sus “enseñanzas” impone las profundidades de Satanás. Note el cristiano lector que la Biblia casi siempre se refiere a una fornicación espiritual entre el creyente y los demonios en contra de Dios.

 

Leídas estas líneas, considérate a ti mismo. ¿Cuál es el alcance de tu fe? ¿A quien reflejas en tu vida? ¿A Salomón? ¿... o quizá a Jeroboam? 

¿Te postras en los “lugares altos”? ¿Como quién anhelas ser? ¿Cómo Asa o Josías? ¿A quién quieres imitar? 

¿A Moisés o al sabio apóstol? (Fil. 3.17) 

¿O al bendito Jesucristo (1Co. 11.1) es decir, al mismo Dios? (Ef. 5.1).

 

Indudablemente, el tema no es tanto controversial como conflictivo. No hay ninguna controversia en la Escritura. Cierto que lo novedoso siempre está expuesto a incomprensión, vituperio o rechazo, y lo mejor, por un momento, a ser tratado como lo peor (son ejemplo las propuestas de JESÚS). 

De allí la necesidad de evaluar el asunto sin prejuicios, pues aunque parezca nuevo, es tan antiguo como la Biblia y la historia misma. Por inofensivas que nos parezcan, las tradiciones invalidan el mandamiento (Mr. 7.9), y así, la perversa fábula impuesta por Roma (que ni la Reforma Protestante ni la Iglesia Evangélica han podido erradicar), confirma el dicho de Cicerón: Consuetudo quasi altera natura (La costumbre es nuestra segunda naturaleza), que Lutero amplificó diciendo: Observadme y ved cuán difícil es desprenderse de los errores confirmados por el ejemplo de todo el mundo, y que, mediante el hábito prolongado, se han convertido en una segunda naturaleza para nosotros.

 

Considerando la posibilidad de que lo tratado sea verdad, consulta con Quien vertió en tu favor Su divina Sangre. Aquél a quien anhelas servir. Ve ante Jesús con corazón sin doblez e inquiere cual bereano. Te hará saber que Su respuesta está hace mucho tiempo escrita, y que ahora, Él es quien espera por la tuya. 

Pero... ¡andemos con tiento con nuestro Dios! (Miq. 6.8b), pues muchas veces, cuando nos exhorta, nuestra soberbia puede llegar a testificar contra nosotros mismos (Os. 5.5).