En el año vigésimo cuarto de Jeroboam rey de Israel, Asa comenzó a reinar sobre Judá; y reinó cuarenta y un años en Jerusalén. El nombre de su madre era Ana, hija de Abi-Shalom.
Y Asa hizo lo recto ante los ojos de YHVH , como David su padre. Hizo barrer el país de homosexuales rituales, y quitó todos los ídolos que habían hecho sus padres. También depuso a su madre Ana de ser reina madre, pues de una asera ella había hecho una imagen repulsiva. Asa, pues, taló la imagen repulsiva y la quemó junto al arroyo de Cedrón, aunque los lugares altos no fueron quitados.
Sin embargo, el corazón de Asa fue íntegro para con YHVH todos sus días, y llevó a la Casa de YHVH lo que su padre había consagrado, y lo que él mismo había consagrado: plata, oro y utensilios.
1R. 15.9-15
El rey Asa es mencionado aquí como ejemplo de los reyes buenos que gobernaron Judá. Además de sus muchas acciones por vindicar la ley de Dios, no tuvo miramientos ni con su propia madre, a la cual despojó de su dignidad real por ser idólatra.
No obstante, es realmente desalentador ver como toda su buena disposición por seguir y cumplir los mandamientos del Dios de Israel, parece no haber sido lo suficiente enérgica para lograr destruir los lugares de adoración idolátrica.
De la cuarentena de reyes que gobernaron la dividida nación israelita, desde Saúl hasta Sedequías, la mayoría actuó apartada de la voluntad de Dios. En Israel -el reino del norte- la Biblia enfatiza que ninguno de sus gobernantes hizo cosa buena alguna para agradar u obedecer a los mandamientos divinos. Dicho reino se vio consternado por sucesivas revueltas y sediciones, a causa de las ambiciones de distintas familias por regir a Israel.
En el caso del reino de Judá, aunque pocas, existen las honrosas excepciones de algunos reyes que se esforzaron, unos con más éxito que otros, por hacer la voluntad de Dios.
La elección de Asa como ejemplo en nuestro estudio pretende resaltar el límite de su voluntad en servir a Dios. Esto es, aunque el rey Asa era celoso por la ley de Moisés, sin embargo su celo no llegó a alcanzar la perfección necesaria para cumplir la propuesta divina. Aunque intentó acabar con la idolatría del pueblo, parece no haber hallado la fuerza y la determinación requerida para eliminar los lugares altos”donde se realizaban dichos cultos.
Durante todo el período transcurrido desde la división del reino de Israel y Judá, hasta el cautiverio babilónico, con dificultad pueden contarse siete reyes que intentaron cumplir el pacto que Dios había hecho con ellos y con el pueblo que regían. No obstante, ninguno de ellos logró plenamente su cometido.
Al analizar retrospectivamente esos hechos, se hace evidente la presencia de una fuerza invisible, de una energía inmanente detrás del ídolo (que nada es) y oculto en el sitio de su culto, para que, aun hombres con un buen conocimiento de las exigencias divinas, con buena disposición, sinceros y temerosos de Dios, encontraran tan grandes dificultades para terminar definitivamente con las prácticas de la idolatría en aquellos abominables lugares altos.