Mt 26.12. Gr. entafiázo = embalsamar, preparar para la sepultura. Jesús refiere la acción de la mujer como una anticipación a su embalsamamiento. Los relatos bíblicos sobre los rituales funerarios revelan lo meticulosos que eran los judíos al preparar los cadáveres para su entierro. El cuidado del cadáver incluía el embalsamamiento, pero a diferencia de los egipcios, no se mutilaba el cuerpo. Bañaban el cuerpo del difunto, lo impregnaban con especias aromáticas y buen aceite, y lo envolvían en telas (Jn 19.39-40; Hch 9.36-41).
Los Evangelios y el libro de Hechos relatan al menos cuatro entierros que tuvieron lugar el mismo día de la muerte (Mt 27.57-60; Hch 5.5-10; 7.60—8.2).
Muchos judíos enterraban a sus muertos en cuevas y en tumbas excavadas en roca blanda, común en diversas partes de Israel. De ese modo seguían la tradición introducida por los patriarcas. Abraham, Sara, Isaac, Rebeca, Lea y Jacob fueron sepultados en la cueva de la Makpelah (Gn 23.19; 25.8-9; 49.29-31; 50.13).
José de Arimatea y Nicodemo dieron a Jesús un entierro digno según las costumbres judías. Primero prepararon el cuerpo envolviéndolo en telas de lino, que probablemente eran unas largas vendas. Y a medida que iban vendando el cuerpo, entre los dobleces, iban colocando las especias aromáticas. El cuerpo de Jesús fue puesto en un sepulcro labrado en la roca (Mr 15.46). Estos sepulcros tenían una entrada estrecha, y en su interior se cavaban nichos, o huecos, donde la familia enterraba a sus seres queridos.