Ocasionalmente, la Escritura registra palabras y frases toscas o descarnadas. Algunas de ellas, tales como falo (Is 57.8); falo de burros (Ez 23.20); meante (esto es, uno que mea) (1S 25.22, 34; 1R 14.10; 21.21; 2R. 9.8); estaban buenas (Gn 6.2; §173); tienen hoyo (Nm 31.15); gozada (Jer 3.2; Ez 23.1 ss.; Is 57.7-10); defecando (1R 18.27); genitales (Ex 20.26); eyaculan como caballos (Ez 23.20), etc., no pueden calificarse impúdicas o groseras. En todos estos casos, sin excepción, el traductor no tiene libertad para modificar mediante eufemismos lo que el Espíritu Santo expone sin paliativos (2P 1.21). Bien se hará a sí mismo y a sus lectores si no cambia lo coloquial por considerarlo obsceno. Estas expresiones (bien sea en un contexto cercano o remoto) advierten, exhortan y amonestan solemnemente al creyente en su comunión con el Dios tres veces santo (1Co 10.1-22).