Jn 11.33, 38 enfureció... enfurecido... Mt 18.34 enfurecido... Mr 1.41; 3.5 enfurecido... ira... Debidamente analizada a la luz del contexto teológico, la lectura orgistheis registrada en el Códice Beza (D), en Mr 1.41, debe ser preferida. La furia divina, expresada en el resoplar de sus narices (Sal 18.7-8, 15) se aprecia en unos, muy pocos, pasajes de los Evangelios (Mt 18.34; Mr 1.41, 43; 3.5; Jn 11.33, 38).
La ira de Jesús muestra que, en su estadía terrenal, Él fue un hombre de carne y sangre (ver Mt 4.10 y 16.23). Sin embargo, nos apresuramos a aclarar que en este caso no se trata de la cólera humana, toda vez que la ira del Hijo es consubstancial con la ira del Padre. En las acciones que mueven a ira a Jesús, observamos cómo Él se indigna particularmente ante las fuerzas opuestas a Dios. Él se dirige a Satanás con imperioso enojo (Mt 4.10; 16.23), reprende airadamente a los demonios (Mr 1.25; 9.25; Lc 4.41); se enfurece ante el flagelo del pecado que se muestra en la lepra (Mr 1.41); se ofusca por la claudicación de los hombres ante el diablo (Jn. 8.44), especialmente con los fariseos (Mt 12.34) como aquellos que querían asesinar al Enviado de Dios (Mt 23.33) como mentirosos hipócritas (Mt 15.7); y aun ante la desconfianza de quienes estaban cerca de Él. Tal es la ira del Juez del Universo hacia los rebeldes contra Dios. En el pasaje de la resurrección de Lázaro, este concepto cobra particular énfasis por cuanto Jesús se enfrenta al inmenso daño que su póstumo enemigo, la Muerte, ha causado en el Hombre, al cual creó a su imagen y semejanza. Es evidente que las lágrimas de Jesús no son por causa de Lázaro (ciertamente Jesús sabía que obedecería su voz). Y si esto es así, ¿por qué entonces Dios llora? Es precisamente esa, la más grande tragedia de la raza humana, la que provoca Sus lágrimas… lágrimas de indignación.