Todas estas palabras griegas: doúlos, doúle, douleúo, douleía, súndoulos, tienen que ver con la esclavitud. La LXX los utiliza como uno de los significados para la traducción de la raíz hebrea abád = esclavo, siervo.

La relación entre el cristiano y Jesucristo es la de un esclavo hacia su amo. Esta idea no se destaca en las versiones por cuanto el vocablo gr. doúlos = esclavo, ha sido traducido como siervo, criado. Y aunque el gr. tiene una media docena de palabras para definir al siervo, sin embargo, doúlos no es una de ellas. 

Según todos los diccionarios de la lengua griega, la palabra doúlos describe exclusivamente la condición y estado de un esclavo. Es lamentable, desde todo punto de vista que la correcta traducción no haya llegado todavía al lector común. Debido a los estigmas de la esclavitud en la sociedad occidental, los traductores han querido evitar cualquier asociación entre la enseñanza bíblica y la trata de esclavos del Imperio británico y la era colonial americana. Según ellos, para el lector común, el vocablo esclavo, no evoca las imágenes de la sociedad greco-romana. Más bien, representa un sistema injusto de opresión (abusos, cadenas y prisión) que llega a su término según la ley parlamentaria en Inglaterra y por la guerra civil en los Estados Unidos. Para evitar tanta confusión potencial de este concepto negativo, los traductores modernos sustituyeron la palabra esclavo por la de criado o siervo.

Por otro lado, algunas traducciones más tempranas, bajo la influencia de la versión latina de la Biblia, tradujeron doúlos como criado porque era la más acertada para el vocablo servus

Existen marcadas diferencias entre un criado y un esclavo. El criado recibe una paga por su servicio, tiene la libertad de escoger para quien trabajar y el tipo de trabajo a desempeñar. La idea de servidumbre mantiene algún nivel de autonomía y derechos individuales. En contraposición, un esclavo es una posesión, no tiene ninguna libertad, autonomía, o derechos. Tampoco voluntad ni opinión.

Doúlos es el término más abyecto y servil utilizado por los griegos para referirse a un esclavo que estaba unido a su señor con lazos tan fuertes que solo la muerte podía romperlos. Aquel debía servirle sin tener en cuenta, en absoluto, sus propios deseos o intereses y cuya voluntad quedaba enteramente absorbida por la voluntad de su señor. Tampoco tenía derecho a poseer nada. Tanto ellos mismos como todo lo que tuviera que ver con ellos, era propiedad del amo. Doúlos representa el escalón más bajo de la servidumbre. Cristo nos compró en el mercado de los esclavos para hacernos esclavos suyos. Hemos sido comprados por precio (1Co 6.20; 7.23), porque teníamos otro amo. Todo el que hace el pecado, es esclavo del pecado (Jn 8.34b), porque de quien uno es vencido, de este queda hecho esclavo (2P 2.19b). De manera que el que es liberto del pecado, es esclavo de Cristo, porque si Uno murió por todos, entonces todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y fue resucitado por ellos (2Co 5.14-15).

Dios nos ha salvado para un propósito y esto es para formar parte del cuerpo, la Iglesia de Cristo (Ro 7.4b; Ef 1.22-23; Col 1.18) y hacer la obra del servicio (Ef 4.12) que está destinada a los santos como testigos del poder de su resurrección (Hch 4.33; 1P 1.3; 2Ti 2.2). Pues como nos dice Pablo en su primera epístola a los Corintios (9.16-17): Porque si proclamo el evangelio, no me es motivo de gloria, pues me es impuesta necesidad, y, ¡ay de mí si no proclamara el evangelio! Porque si hago esto por propia voluntad, tengo recompensa; y si por obligación, un encargo me ha sido confiado. 

Nuestra vieja naturaleza se ha hecho esclava de Jesucristo. En tanto que nos hacemos esclavos de Él, nos hacemos libres. No somos esclavos por decisión propia, pues sin Cristo nada podemos hacer (Ga 3.5; 1Co 12.11; Fil 2.13; 4.13). Un cristiano debe de estar convencido del hecho trascendental de que cuando muere, vive, pues el vivir es Cristo, y el morir es ganancia (Fil 1.21). Maravillosa esclavitud que tenemos en Cristo, que nos trae a la memoria nuestra antigua condición como esclavos del pecado. 

Para poder vivir como un esclavo de Jesucristo (1Ts 1.9; 1Co 7.22b), se debe empezar a reconocer que se es propiedad de Dios. El evangelio no es simplemente una invitación para hacerse socio de Cristo, sino un mandato para hacerse Su esclavo. La mayoría de los creyentes intenta vivir la vida cristiana completamente al revés. Ninguno puede servir como esclavo a dos señores, porque aborrecerá al uno y amará al otro, o será leal al uno y menospreciará al otro. No podemos ser esclavos de Dios y de Mamón (Mt 6.24; Lc 16.13).

Con frecuencia pedimos a Dios que se ocupe de nuestros asuntos, en vez de vivir como esclavos fieles de sus posesiones. La mayoría de las veces, nuestra voluntad se somete a la de Dios bajo la condición de que esta nos agrade; pero si su voluntad consiste en algo que implica la negación de nosotros mismos, entonces no estamos dispuestos a ser sus esclavos. En Cristo no hay esclavitud parcial sino completa.  Ser un esclavo no consiste en servir selectivamente, cuando es conveniente o resulta cómodo. Tampoco consiste en servir conforme a intereses personales, si los demás lo notan, o si pagan por ello. Un esclavo de Cristo piensa de la siguiente manera: Le sirvo donde, cuando, como, a quien, solamente si, Él quiere, y sin condiciones. Ser un esclavo consiste en llevar un estilo de vida de total sometimiento a Jesús y Su voluntad. Y lejos de ser una carga, la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Ro 12.2).

Ejemplo tenemos en Cristo Jesús: ... porque ni el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos y el que quiera ser primero, será esclavo de todos (Mt 20.26-28; Mr 10.44-45). También nuestros hermanos Pablo, Jacobo, Pedro, Judas, Juan y otros, se identifican como esclavos de Cristo (Jac 1.1; 2P 1.1; Jd 1.1; Ro 1.1; Tit 1.1; Col 4.12; Ap 1.1; 15.3). 

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