Col 2.19. El verbo griego kraton es traducido erróneamente por asir, unir o aferrar. Algunas versiones inglesas traducen correctamente usando el vocablo sostener.

En el pasaje que nos ocupa, el verbo kraton está en participio presente, trayendo vigencia y frescura a la acción: sosteniendo. Esta propuesta de sostener la cabeza crea aparentes conflictos teológicos, puesto que se pudiera pensar cómo es posible que el apóstol Pablo estuviera diciendo que los creyentes (la Iglesia de Cristo) sostienen la cabeza, si la cabeza es Cristo (Col 1.18).

Pablo utiliza como símil la anatomía humana. Con ella explica el funcionamiento del cuerpo de Cristo. Cuando comprendemos el diseño del cuerpo humano nos es fácil comprender la Palabra de Dios. Nos sirve de ejemplo. La columna vertebral, que forma parte del sistema esquelético, junto al sistema muscular, son los que sostienen la cabeza del cuerpo humano. No es la cabeza la que sostiene al cuerpo sino el cuerpo es el que sostiene la cabeza. ¿En qué forma puede aplicarse este versículo en la vida del creyente? Debemos primeramente aclarar que el crecimiento del cuerpo (la Iglesia de Cristo) no viene de parte de la Cabeza (Cristo) sino de la obra del Espíritu Santo (Ef 4.16; 1Co 12.7-14). No hay duda de que Cristo es la cabeza de la Iglesia y que la Iglesia es el cuerpo de Cristo (Ef 1.22; Col 1.18). Sin embargo, actualmente nuestra Cabeza, Cristo, está sentado a la diestra de Dios en el 3.er cielo, y nosotros, aquí en la tierra, somos morada del Espíritu Santo; y sabiendo que al estar presentes en el cuerpo estamos ausentes del Señor (porque vivimos por fe, no por vista), estamos confiados, aunque preferimos salir del cuerpo y estar junto al Señor. Por lo cual también procuramos, ya presentes, o ausentes, serle agradables (2Co 5.6-9). Así que tenemos una cabeza y un cuerpo que está anhelando reunirse y unirse. Este cuerpo de creyentes que tienen el Espíritu Santo está deseando reunirse con Cristo. A pesar de no estar con Él, estamos conectados por fe a Él (don de fe). Estamos completos en Cristo, pero también se nos dice que Él es cabeza de todo principado y potestad (Col 2.10). Pero esto, no para formar un cuerpo con ellos, sino para decir que los tiene sujetos.

La acción del Espíritu Santo nos une de manera permanente a Cristo (Jn 16.13-14) por medio de la oración (1Ts 5.17) y la adoración (Jn 4.23-24; Ro 12.1). Tenemos este recurso que rompe la tiniebla. La oración llega delante de la presencia de la Cabeza y regresa en profecía, en revelación, en iluminación, en consuelo, en la manifestación de los distintos dones del Espíritu Santo que aquí abajo el cuerpo tiene para consuelo, para exhortación, edificación, etc. El cuerpo no está separado de la Cabeza, está unido por la fe y la fe la alimenta el Espíritu Santo que está en nosotros.

¿Cómo pues, podemos sostener la Cabeza? Dios ha encomendado a la Iglesia de Cristo una batalla —la batalla del bien—, la tarea del anuncio de la Buena Noticia para lo cual se requiere valor. La confianza que tiene Cristo en su Iglesia la podemos apreciar en tipos en el libro del Cantar de los Cantares donde el esposo compara a la esposa con la valentía que tiene la yegua de Faraón y a quién le confía la vida misma. Faraón dependía de su yegua para ganar la batalla, tenía su favorita porque era un animal muy especial. Nosotros, como Iglesia hemos sido designados por Dios como baluartes de la verdad, no para que estemos amoldándonos al mundo, sino para ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Esto es, frente a todo el cosmos satánico. Podemos concluir que sostenemos la Cabeza cuando:

  • Obramos en el Señor voluntariamente (Sal 54. 6-7; 110.3; 119.108; 1P 5.2; Ap 22.17)
  • Nos amoldamos a las sanas palabras de Jesucristo. Esto es, la sana doctrina (1Ti 6.3-5).
  • Aceptamos la Palabra de Dios en su totalidad y sin discusión (Ef 6.17).