Job 1.2, 5; 42.13. Job, el más grande de los orientales (1.3), veraz, íntegro, justo, temeroso de Elohim y apartado de toda obra mala (1.1). Fue bendecido con el nacimiento de siete hijos y tres hijas (1.2) y con bienes materiales. Luego de su dura prueba de aflicción, Adonai lo restaura y aumenta al doble todo lo que había poseído (42.10). Es notorio el hecho de que Dios le duplicó el número de sus bienes materiales pero no el de sus hijos (42.13).
¿Qué explicación merece este acontecimiento? Los hijos de Job solían ofrecer banquetes en sus casas, cada uno en su día respectivo, y acostumbraban a invitar a sus tres hermanas para que comieran y bebieran con ellos. Y ocurría que al finalizar los días del festín (y así lo hacía siempre), Job los hacía venir para purificarlos, ofreciendo holocaustos por todos ellos, conforme a su número, pues pensaba que quizá ellos hubieran pecado contra Dios, y blasfemado en su corazón (1.4-5). Y aunque los hijos de Job hubieran pecado, como así lo afirma Bildad (8.4), los holocaustos no pasaron inadvertidos ante Adonai. La sangre del cordero los limpiaba vez tras vez, pues el número de hijos dado luego de su aflicción, corrobora que los holocaustos hechos por su padre fueron aceptados y sus purificaciones efectivas, porque Dios es Dios de vivos, y no de muertos, porque para Él todos viven (Mt 22.32; Mr 12.27; Lc 20.38).