He 9.16-17. La mayoría de las versiones traducen: Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga la muerte del testador. Pues un testamento es firme en caso de muerte, pues no tiene vigencia en tanto que el testador vive. Pero es evidente que esto se refiere a un pacto más que a un testamento propiamente dicho. Tanto el contexto anterior, en el que el Cristo es presentado como mediador de un Nuevo Pacto, como el v. siguiente, donde se alude el primer Pacto, promulgado por medio de Moisés, confirman esta propuesta (Ex 24.5-8). 

La mención del rociamiento con la sangre (v. 21) muestra que el objeto de referencia es el sacrificio. Por otra parte, la palabra griega que suele traducirse por testamento es el participio diatíthemi, cuyo significado es destinado o asignado (Lc 22.29; Hch 3.25; He 8.10; 10.16), únicos pasajes en que (junto a este) dicho verbo ocurre en el NP. Su uso muestra que el sacrificio mediante el cual fue solemnizado el Pacto está realmente incluido en diathémenos. 

Tomando en cuenta entonces que la primera acepción de diathéke es pacto (2Co 3.6, 14), y en conformidad con la aplicación de diatíthemi en los pasajes antes mencionados, las decisiones para el trasvase de los vocablos y de la sintaxis se han tomado desde el punto de vista del contexto teológico. 

Es decir, que la idea de un legatario que recibe algo por la muerte de un testador (siendo el testador aquel que establece el testamento) como expresión de su última voluntad, nos luce bastante antibíblica, especialmente si uno considera que el pactante (o testador) es el Padre (!) →9.20, quien ratifica Su pacto mediante el derramamiento de la sangre de la víctima del pacto, esto es, Su Hijo (12.24; §141).

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