Gn 14.13. Primer registro del gentilicio. Heb. ha‘ibri = el hebreo = el peregrino. El pueblo hebreo tiene su origen en el primer patriarca, Abraham, quien siguiendo el llamado de Adonai, dejó su casa natal en Ur (en Caldea, Mesopotamia) para dirigirse hacia la Tierra Prometida, Canaán, en el poniente, donde recibiría la promesa y el Todopoderoso haría un pacto con él (Gn 11.26-25.10). De la raíz heb. ever, significa pasar, cruzar o atravesar, es decir, ir más allá. Pero este movimiento no es necesariamente solo uno geográfico. En principio, hebreo significa entonces, el que pasa en el sentido de transitar o, mejor aún, peregrinar. Hebreo es el peregrino. Abraham se reconocía a sí mismo como extranjero y peregrino (Gn 23.4). Si bien nómada, era un hombre respetable y acaudalado (Gn 12.16; 13.2; 14.14; 25.8). Además, y por sobre todas las cosas, fue el elegido de Dios para recibir la tierra de sus peregrinaciones por heredad perpetua (Gn 17.8). Viviendo en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (He 11.9-10) y así, conforme a la fe murieron todos ellos, no habiendo recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, las creyeron y las saludaron, confesando así que son extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que dicen estas cosas dan a entender que buscan una patria, y si ciertamente se acordaran de aquella de donde salieron, hubieran tenido tiempo de regresar, pero anhelaban una mejor, esta es, la celestial (He 11.13-16a). De manera igual, nuestro transitar por este mundo es como el de ellos. Ejemplo tenemos en la tabernaculización de Jesús y su transitoriedad (Jn 1.14; §74). Por eso Pablo aconseja a buscar las cosas de arriba, donde está sentado Cristo a la diestra de Dios y a que pensemos en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque hemos muerto y nuestra vida ha sido escondida con Cristo en Dios, para que cuando Cristo, vuestra vida, sea manifestado, entonces también vosotros seréis manifestados con Él en gloria (Col 3.1-4).