Lc 1.5. Asombra que un registro bíblico en apariencia tan sencillo, contenga una información de tanta importancia teológica, doctrinal y devocional. El hecho es que, esa corta frase permite trazar y establecer nada más y nada menos que... ¡la fecha natal de Jesús el Mesías! Es evidente que los intentos para señalar el día, mes y año del nacimiento de Jesús han resultado infructuosos. La razón de esos fracasos se debe a que las propuestas, afirmaciones e imposiciones hechas acerca de la fecha de nacimiento del personaje más importante en la historia del universo, han estado siempre atadas al sistema religioso en que vivimos, y nunca se intentaron utilizando los recursos del único instrumento que Dios nos ha dado para entender lo que Él quiere que entendamos, esto es: su Palabra; la cual, como veremos, incluye de manera sencilla el registro de la fecha del nacimiento del Hijo de Dios. ¿Y por qué algo tan simple como indagar en la Escritura misma la fecha del nacimiento de Cristo no ha sido propuesto hasta el presente? ¿Es que acaso alguna energía invisible aleja al hombre de su única fuente de verdad? La respuesta es que todos los intentos por determinar la fecha de nacimiento de Jesús fueron siempre auspiciados y dirigidos en las altas esferas del paganismo religioso. Si alguna respuesta provechosa, fiel y exacta hemos de hallar en un tema tan importante, solamente la hallaremos en los registros de las Sagradas Escrituras. 

En primer lugar, tenemos que reconocer que hasta hoy, ni Israel ni la Iglesia obedecen fielmente el anuario bíblico ordenado por Dios. Y es evidente que existe un especial interés por parte del príncipe del mundo en este asunto, toda vez que una enorme confusión se manifiesta sobre un tema que puede resolverse mediante apreciaciones relativamente sencillas. Esto no puede provenir sino de parte del Confundidor, para que ni Israel ni la Iglesia obedezcan los claros mandamientos que Dios da en su Palabra. Este trazado bíblico pone fin a la propuesta mentirosa de que Jesús nació el 25 de diciembre. Dividimos el estudio en tres consideraciones básicas: 

a. Lo que según la Escritura no pudo suceder: Ya de entrada, el estudio detenido de ciertos pasajes del nacimiento de Jesús, nos lleva a la inobjetable conclusión de que Él jamás pudo haber nacido en invierno. El relato de Lucas 2.1-21 declara que en las cercanías de Bet-Léjem había pastores, los cuales velaban y guardaban a sus rebaños durante las vigilias de la noche. Por trasfondo histórico, sabemos que los rebaños de aquella región eran llevados al templo en Jerusalén para cumplir con las leyes del sacrificio. Los corderos de Bet-Léjem eran famosos por ser los únicos sin manchas ni defectos, y estos pastores sabían muy bien que su misión no era simplemente cuidar ovejas. Al cuidar esos pequeños animales que tipificaban al Cordero de Dios que habría de cargar el pecado del mundo, ellos estaban conscientes que servían de manera muy especial al Dios de Israel. Estos humildes pastores eran judíos creyentes, y aquella noche, cuando estaban en el campo guardando los rebaños, vieron la aparición de un ángel que les daba las buenas nuevas del tan esperado Mesías: ¡No temáis! pues he aquí os traigo noticias de gran gozo, que serán para todo el pueblo: ¡Hoy os ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es CRISTO el Señor! Celebrándolo con ellos, apareció luego una multitud del ejército celestial alabando a Dios, y diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de su elección! (Lc 2.8-14). Ahora bien, tales acontecimientos no pudieron pasar jamás a finales del mes de diciembre. ¿Por qué? Simplemente porque por ser sumamente fríos, los pastores jamás sacaban (ni hoy sacan) sus rebaños fuera de sus cuadras durante los meses invernales. De esta forma, el primer hecho constatable en las Sagradas Escrituras es que Jesús no nació en invierno. 

b. Lo que según la Escritura, pudo suceder: Establecer bíblicamente el tiempo preciso en que Elisabet quedó embarazada es determinante, pues la Escritura afirma que Juan era seis meses mayor que Jesús (Lc 1.26; 36). Para ello nos detenemos en el relato de Lucas 1.5, específicamente en la frase del grupo de Abías. El sacerdote Zacarías oficiaba en el templo cuando se le apareció un ángel para anunciarle el nacimiento de su hijo, al cual relacionó con el profeta Elías (Lc 1.17; Mt 11.14), cuyo advenimiento (Mal 4.5) según la tradición judía, habría de ser en la Pascua, celebración que se hacía el 14 de Abib (Nisán) el primer mes del año lunar hebreo. Ahora bien, unos mil años antes de estos acontecimientos, el rey David había establecido 24 órdenes sacerdotales para oficiar en el templo. La clase (o grupo) sacerdotal al cual pertenecía Zacarías había caído en la octava suerte (1Cr 24.10), y así, le tocaba servir durante el cuarto mes del año lunar. Es posible inferir entonces que, tan pronto como Zacarías regresó a su hogar, Elizabet quedara embarazada. Esto debió suceder a mediados del mes de Tammuz, que corresponde a junio-julio. Nueve meses más tarde, a mediados del mes de Nisán del siguiente año, es decir, durante la Pascua hebrea, nació su hijo, y seis meses más tarde, nació Jesús, el Salvador del mundo. Lucas nos da la fecha en que María quedó encinta: Luego de esos días su mujer Elisabet concibió, y se mantenía en reclusión cinco meses... en el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret, a una virgen... y el nombre de la virgen era María. Después de anunciarle que quedaría encinta, el ángel Gabriel añadió: Y he aquí tu parienta Elisabet, aun ella ha concebido un hijo en su vejez, y este es el sexto mes para aquella que llaman estéril; porque para DIOS nada será imposible (Lc 1.36-37). Es muy probable que la virgen quedara encinta en el momento mismo de aceptar la voluntad de Dios. Fue entonces cuando la sombra del Omnipotente vino sobre aquella jovencita de la cual habría de nacer el Mesías. Era el sexto mes de embarazo para Elisabet, que corresponde a Tevet, décimo mes del año lunar, es decir, diciembre-enero. Ese fue el tiempo que María visitó a Elisabet, y se quedó con ella tres meses, hasta el nacimiento de Juan que, como hemos visto, corresponde a los meses de marzo-abril (Lc 1.56). Las 40 semanas del embarazo de María se cumplieron a mediados de Tishrei, séptimo mes del calendario hebreo, que corresponde a septiembre-octubre.

c. Lo que, según la Escritura, sucedió: Continuando la pesquisa, fijamos nuestra atención en la fecha del año nuevo ordenado por Dios: 1ro de Abib (Nisán) (Ex 12.2), que corresponde a los meses marzo-abril del calendario gregoriano. A pesar de ser un mandato tan claro y específico de Dios, con tristeza vemos que ni Israel ni la Iglesia ponen debida atención a este mandato, antes... han aprendido el camino de las naciones (Jer 10.2). Basta decir aquí que, para el Dios Único, el año comienza en la fecha antes mencionada. De allí en adelante, Él señaló las siete solemnidades que Israel debía celebrar en sus tiempos durante los primeros siete meses del año, y que son: 

  • La Pascua, símbolo de Cristo, nuestro Redentor (1Co 5.7; 1P 1.19).
  • Los panes sin levadura, símbolo de la cena señorial (Hch 20.7; 1Co 11.20-26).
  • Las primicias, símbolo de Cristo en su resurrección (1Co 15.23).
  • Los panes con levadura, símbolo de los santos de la Iglesia (Hch 2.1-47).
  • Las trompetas, símbolo del arrebatamiento de los santos de la Iglesia (1Co 15.51-52; 1Ts 4.13-17).
  • El día de expiación, símbolo del Advenimiento (Mt 24.27-31; Lc 21.20-28).
  • Los tabernáculos, tipo del reino milenario de Cristo en la tierra (Mr 9.2-13; Ap 20.4, 6). Esta última fiesta (Lv 23.5-41) arroja luz sobre la fecha que tratamos de determinar: La solemnidad de los tabernáculos es la última de las celebraciones del año y pone fin a la serie de fiestas solemnes instauradas por Dios. En su orden profético, esta fiesta corresponde a los acontecimientos que sucederán inmediatamente después del Advenimiento. Desde la instauración del Reino Milenario hasta la creación de los nuevos Cielos y Tierra, es decir, durante mil años literales, la humanidad vivirá la gloriosa experiencia de... ver a Dios morando en Sión (Jl 3.21). 

Ahora bien, el texto sagrado nos dice textualmente que el Logos se hizo carne y tabernaculizó entre nosotros (Jn 1.14). La palabra griega eskénosen (casi siempre traducida habitó) es un verbo que literalmente significa asentar tabernáculo. A su vez, dicho término griego es una traducción de la palabra hebrea sucot que se usa para definir tabernáculos o cabañas. Así, el verbo griego eskénosen (§74), nos da una clave muy precisa para formular la siguiente pregunta: ¿Qué otra fecha podía escoger Dios para que su Hijo naciera en la tierra, sino la de la fiesta de los tabernáculos? ¿Cuál otra solemnidad podría ser más apropiada para que el Logos descendiera a tabernaculizar entre los hombres, sino en la solemnidad misma de los tabernáculos? Festividad esta que se encuentra directamente relacionada con el hecho de que Dios llegaría a habitar en Sión. El registro del Evangelio según Mateo, en donde el Salvador recibe el nombre de Emmanuel, es en extremo significativo, porque uno de sus nombres es Jesús, por el cual es llamado. Su otro nombre, Emmanuel = Dios con nosotros, lo cumplió con Su bendita presencia entre la raza humana. De allí las palabras Y el Logos se hizo carne y tabernaculizó entre nosotros. ¿Y cuándo se celebraba la fiesta solemne de los tabernáculos? El día 15 del mes séptimo... ¡exactamente seis meses después del nacimiento de Juan!