VÍDEO 

Representa unidad esencial absoluta e indivisible. No puede haber duda respecto al significado primario del número uno. En toda lengua es símbolo inequívoco de unidad, y esta, siendo indivisible y no compuesta, es independiente y la que da origen a todo otro número. Como ordinal, denota primacía, así como DIOS, primera gran causa eficiente, es independiente de toda otra. Todo depende de Él, no dependiendo Él de ninguno. El uno excluye también toda diferencia, pues no hay segundo con quien pueda armonizar o estar en conflicto. 

Unidad Plural. Al mismo tiempo, sin embargo, es importante entender que el idioma hebreo utilizan dos vocablos para definir el número uno. El primero, yahad, expresa indivisibilidad, el segundo, ehadh, define una unidad compuesta. Ambas palabras proveen la indispensable percepción del maravilloso concepto unitario y plural de la Deidad, según lo registra Dt 6.4: Oye, Israel: YHVH nuestro Elohim, YHVH, uno es. Si el propósito de esta solemne proclama hubiera sido dejar en claro la indivisibilidad de Dios (elohim = dioses), se hubiera esperado aquí la palabra yahad, que denota unidad indivisible. Sin embargo el Texto Sagrado usa el vocablo ehadh, el cual es específico en su significado, y se utiliza con particular énfasis para definir un compuesto de partes unificadas, tales como: la tarde y la mañana, un día; los dos serán una carne; todos estos tienen un solo lenguaje; la pérdida de los dos en un mismo día; etc. Si la palabra uno se utiliza aquí en el sentido de unificar, entonces el pasaje indica que YHVH (siempre en singular) nuestro Elohim (siempre en plural) es Uno. Es decir, una unidad plural que en manera alguna niega la doctrina trinitaria, sino que excluye absolutamente a cualquier otro señor, y por lo tanto, toda idolatría. En consecuencia, el primer mandamiento (Ex 20.3), afirma que en Dios hay una suficiencia que no tiene necesidad de otro, y una independencia que no admite a ningún otro. 

El número uno marca también el principio, donde todo ha de empezar con Dios. Toda palabra y todo hecho del hombre debería estar caracterizado por las primeras palabras de la Biblia: En principio Dios. Nada es correcto si no empieza con primero Dios, voz constante de la Escritura. En estos últimos y peligrosos días, el culto a la personalidad exhibe la rápida degradación moral de nuestra era, como trágico sello que sobreviene por obviar este gran principio. Dios es dejado afuera y el hombre es exaltado en lugar Suyo. En consecuencia el evangelio de Dios (Ro 1.16), ha sido universalmente reemplazado por un evangelio sin Cristo, que no comienza con la gloria de Dios, y que no puede terminar en ningún bien para quienes lo predican y siguen. Empieza con el hombre: su objetivo es mejorar la vieja naturaleza y, aparte de Dios, pretende reformar la carne. La medida de su éxito es la medida en que el hombre pueda llegar a ser bueno sin necesidad de la redención por la Sangre, y su gran meta (como Satanás) es permanecer independiente, sin entender que, mientras para Dios la independencia es su gloria, para el hombre es su pecado, su rebelión y vergüenza. 

En su Palabra, Dios es primero y ante todo (Is 44.6-8; 48.12-13; Ap 1.11,17; 2.8; 22.13). Así se enfatiza el gran fundamento de la verdad: Dios primero. Doquier se rehúsa reconocer esto, todo es confusión y conflicto; doquier es aceptado, todo es paz y propósito. En su ignorancia, el hombre muchas veces suele referirse a los dos o los tres primeros, cuando en realidad solo uno puede ser primero (y así también único). Dios es, pues, el Primero y el Único. Él es antes del tiempo; Él es primero en superioridad de rango, y Él es primero en absoluta supremacía. Tanto la creación como la redención y salvación comienzan y concluyen con Dios. Suya es la Palabra que primeramente lo revela (Gn 3.15). Suya fue la voluntad que primeramente se lo propuso (He 10.7). Solo suyo es el poder que lo realizó. Por ello, entrando al mundo, dijo el Redentor: Oh Elohim mío, el hacer tu voluntad me ha agradado (Sal 40.8). Sus primeras palabras como Logos encarnado fueron: ¿No sabíais que es necesario que esté en las cosas de mi Padre? (Lc 2.49), en tanto que sus últimas fueron: Ha sido consumado. ¿Y qué consumó? ¡Las cosas de su Padre! En consecuencia, suya es la salvación (Sal 3.8), y suya la voluntad de todo lo que procede (Ef 1.3-10).

La unidad del Espíritu. Esta es la unidad de los miembros del cuerpo único de Cristo, los cuales están vivificados por el único Espíritu. Es una unidad que no es lograda por los creyentes, sino para los que creen en Cristo, a quienes sólo toca preservarla y vivir en su poder mediante el Espíritu como vínculo de la paz. Tal unidad necesita en verdad una cuidadosa preservación, por cuanto está opuesta y es extraña a todo concepto religioso de unidad, bien sea en iglesias o sectas. Esta unidad espiritual de sus miembros (los miembros del cuerpo) es propuesta por el apóstol Pablo en un séptuplo desenvolvimiento (Ef 4.4-6), cuyas frases se presentan introvertidamente, respondiendo la primera a la última, la segunda a la penúltima, y la tercera a la antepenúltima, y quedando como centro del desenvolvimiento el Señor exaltado; correspondiendo Padre y Cuerpo; Espíritu y Bautismo, la Esperanza y Fe, y el Señor, destacado como única y gran Cabeza del sólo Cuerpo: Piedra Angular que sostiene la arcada de la verdad divina.

       a | UN CUERPO

     b | UN ESPIRITU

   c | UNA ESPERANZA

d | UN SEÑOR

   c | UNA FE

     b | UN BAUTISMO

       a | UN DIOS Y PADRE DE TODOS

Como ejemplo único del encabezado del número uno, se ha seleccionado una palabra que, aun ocurriendo muchas veces en el Texto Sagrado, expresa un maravilloso paradigma de unicidad: la verdad. La Biblia utiliza múltiples acepciones para definir y explicar engaños y mentiras pero solamente hay una palabra para expresar la verdad. Mientras que las mentiras del diablo y del hombre son casi infinitas, la Verdad de Dios es una. En hebreo, esa maravillosa palabra es: emet, y significa firmeza, estabilidad, perpetuidad, seguridad. ¡Esto es lo que Dios es!... Y esto es exactamente lo que el hombre no es, pues todo hombre es mentiroso... su boca desborda de insultos, de engaños y de opresión, debajo de su lengua hay agravios y maldades.... y hablan falsedades, cada uno a su prójimo, hablan con labios lisonjeros y doblez de corazón. (Sal 116.11; 10.7; 12.2). Solo hay un hombre en el que no fue hallado engaño en su boca (1P 2.22), el único que pudo decir: Yo Soy la Verdad (Jn 14.6).

 

Introducción a la numeración bíblica: §170.