Como un simple recurso de narrativa, el número puede resultar un elemento prescindible. Cuando, por ejemplo, Apocalipsis habla de ciertos sellados (7.4) ¿por qué no reseñarlos como miles o decenas de miles? Igual le resultaría al apóstol Juan referir que los peces son muchos, bastantes, suficientes o no pocos (21.11). ¿Por qué determinar la cantidad? Ciertamente, los acontecimientos pueden ser descritos sin necesidad de explicitar un número. ¿A qué viene, pues, el registro ciento cuarenta y cuatro mil o ciento cincuenta y tres? ¿Cuál es la necesidad de un número específico? Es obvio que, en ese contexto, la Escritura procura comunicarnos una verdad adicional.
Comprender, pues, la función numérica es tan importante como la investigación por conocer su significado, pues al descifrar (Ap 13.18), adicionamos (Sal 119.160; 139.17) al maravilloso misterio del escudriñamiento de la Biblia (Sal 111.2; Pr 25.2). Es oportuno advertir, sin embargo, que la Grafe (la Palabra escrita) no puede separarse del Logos (la Palabra viva), y poco aprovechará un esfuerzo en busca de fórmulas cabalísticas para descifrar eventos circunstanciales del futuro por simple curiosidad.
En el caso de los numerales bíblicos, no hay forma alguna de extraer la información codificada sin conocerla de antemano. La gematría (suma de letras que componen la palabra hebrea o griega) no puede extraerse anticipadamente, y así el método no puede ser utilizado para predecir el futuro (práctica que la Biblia rechaza expresamente). El futuro, proféticamente revelado desde el principio en la Escritura, debe entenderse razonadamente en su mensaje esencial antes de ser extraído. Aunque la función numérica exhibe patrones recurrentes que de ninguna manera son resultado del azar, la Biblia no revela ningún mensaje secreto codificado que no haya sido claramente anunciado (Mt 10.27). Solo en tales casos (y exclusivamente en sus idiomas originales) la evidencia de diseño y designio, en las peculiaridades de sus numerales exhibirán un contenido y carácter tal, que nadie podrá cándidamente pasar por alto: la noción de coincidencias accidentales se verán absolutamente excluidas. Así como el cumplimiento comprueba la profecía, y el anti-tipo evidencia al tipo, plugo a Dios integrar en el texto una extensa y compleja serie de patrones numéricos que, artísticamente diseñados, actúan como sello indeleble, entretejiendo la jota y la tilde para mostrar la perfección de su Autor Exacto, no solo en la Escritura, sino también en Sus cosas hechas (Ro 1.20), en las cuales observamos la misma ley operando en las varias divisiones de la naturaleza, predominando ciertos números, unas veces uno, y otras veces otro. La obra más grande de Dios no es la creación angélica ni la humana. Es su Palabra. Ella, no solo anuncia el conflicto de los siglos y la Redención del hombre, sino también hace que lo anunciado se cumpla detalladamente. Fue la Escritura, con su autoridad inherente, que encerró todo bajo pecado (Ga 3.22), dio la buena nueva a Abraham (Ga 3.8), y endureció a Faraón (Ro 9.17). Desde el hijo de perdición (Jn 17.12), hasta el Hijo de salvación (Mt 26.54), todos los acontecimientos en la obra inefable de la Creación, en los cielos y en la tierra y debajo de la tierra, se han cumplido, se están cumpliendo, e ineluctablemente se cumplirán, simplemente porque… está escrito. Y allí, en las Sagradas Escrituras, hallamos palabras conformadas con letras que, incluso en su morfología, conllevan una función significativa que muestra un designio. Y, si hay designio, entonces hay propósito. Quizás no siempre alcancemos a entender plenamente el propósito para cada designio en toda la Obra de creación y redención de Dios, pero difícilmente fracasaremos si lo intentamos escudriñando siempre dentro de ese monumental legado de revelación divina: la Biblia.
Palmoní. Traducido apropiadamente, leemos en Daniel 8.13-14: Entonces oí a un santo que hablaba, y otro santo dijo al Palmoní (el que hablaba): ¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y cuándo será quitado, y traída la abominación desoladora, y hollados el santuario y el ejército? Y se volvió hacia mí y dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas, luego el santuario será purificado.
En este pasaje, la revelación profética de un cierto evento del futuro es mostrada a Daniel mediante un personaje llamado Palmoní, significando este nombre numerador maravilloso. Así, por lo menos, hay un ser angélico cuya función tiene que ver con el número. Los números (y por ello sus secretos) ocupan un lugar importante en las obras y en el plan de Dios. Un numerador maravilloso preside sobre ellos, y tiene a su cargo dar a conocer tiempos (kronos) y épocas (kairos) divinas. Ciertamente, aquí parece haber designio; y si esto es así, y no solo los días en que dichos eventos tendrán lugar están numerados, sino también las palabras en sí mismas se encuentran numeradas, entonces salta a la vista la asombrosa inspiración literal de la Biblia.
Estructura numérica del Texto Sagrado. El reclamo de la Biblia misma, de ser la Palabra de Dios, ha sido blanco de constantes ataques a través del tiempo. Sin embargo, así como ninguno de sus opositores ha podido explicar su profecía cumplida, tampoco la impronta matemática que subyace en su texto. En sus idiomas originales, la Biblia presenta una filigrana que actúa de manera similar al papel de seguridad bancario. Como si la mano invisible de su Autor Exacto hubiera estampado su sello de agua de autenticidad. La Biblia fue escrita en hebreo y griego, y en dichos idiomas no existen símbolos numéricos. Estos se indican mediante palabras, tales como uno, dos, tres, etc. El alfabeto hebreo consta de 22 letras, cada una de las cuales sirven a su vez para indicar los números del 1 al 10, del 20 al 100, y del 200 al 400. Sumando el valor de cada una de las letras que conforman una determinada palabra, obtenemos su valor numérico, al cual se denomina gematría. El alfabeto griego, por su parte, tiene 27 letras con valor numérico determinado.
Por ejemplo, 99 es la gematría de la palabra gr. ἀμήν = amén (α = 1; μ = 40; η = 8; ν = 50) y 888 la del nominativo JESÚS = Ἰησοῦς (Ι = 10; η = 8; σ = 200; ο = 70; υ = 400; ς = 200). Entendido apropiadamente, el valor numérico resultante de la suma de las letras del vocablo mostrará resultados sorprendentes y edificantes (ver significados). No es posible ahora multiplicar ejemplos, pero, entre los miles que hasta el presente han podido ser identificados y clasificados, se han seleccionado algunos pocos para ilustrar el empeño.
La función del número en la Escritura se evidencia por el valor nominal, ordinal e integral de cosas mencionadas, el cálculo unitario y de conjunto de palabras y hechos, número de palabras utilizadas en frases, oraciones y pasajes, gematría de palabras y frases, cómputo equidistante, números plenos y su extracto resultante y su relación nominal y ordinal en los distintos personajes y acciones de los mismos. Siempre es oportuno recordar que el significado espiritual y aplicación tipológica del número se propone mediante un aprecio no especulativo registrado continuamente en la Biblia.
El significado de los siguientes ejemplos muestran el designio sobrenatural del número, tanto en las obras como en la Palabra de Dios:
8 Nueva Creación / Resurrección
11 Desorganización / Dispersión