Un adecuado recuento cronológico de la Biblia necesariamente tendrá que reevaluar la data de la historia universal. A pesar de que Dios dio esos precisos relojes celestiales al hombre, este, como todo otro don concedido, los ha echado a perder en forma tal, que ni siquiera puede afirmar en el año en que vive. Intentar armonizar, pues, la cronología bíblica con la histórica, resultará casi siempre infructuosa. En lugar de aceptar con humildad la data bíblica (Ef 6.17), los historiadores procuran encajar forzadamente en ella sus enrevesadas conjeturas. Solo existen dos fuentes informativas: la bíblica y la histórica, una es verdadera y la otra incierta y errática. La advertencia de mirar la antorcha que alumbra en un lugar oscuro, incluye la luz que esa “antorcha” provee para sí misma. El texto bíblico exhibe una información sencilla y completa, en tanto que el registro cronológico del mundo es siempre inestable y farragoso. La Biblia presenta patrones artísticamente diseñados que favorecen su memorización. En unos pocos versículos hallamos magistralmente enumeradas las 77 generaciones desde el Primer hasta el Segundo Adam (§63). Un adecuado análisis crítico-textual (BHC) del libro de las generaciones del hombre (Gn 5.1-32; 11.10-26) destaca un primer segmento de 2000 años exactos desde Adam hasta Abram. Luego, desde la promesa dada a Abram hasta su cumplimiento, el nacimiento de Jesucristo, provee los datos de un segundo lapso de 2000 años exactos. El tercer segmento, también con un fuerte respaldo bíblico, permite inferir un lapso de 2000 años entre ambos Advenimientos (la presente dispensación de Gracia). Estos tres segmentos de 2000 años, es decir, 6000 años, se presentan claramente en Gn 1.1 mediante el registro de seis alef (א) que hablan proféticamente del fin de los días (acharit hayamim). La concepción judía de que existen 6000 años como duración de la presente edad antes del Advenimiento del Mesías (Olam Hazeh), relaciona la primera página con la última (Ap 20. 2-7), en donde no habrá más tiempo (Ap 10.5-6).
Y finalmente, los 1000 años del Reino, en un precioso recurso mnemotécnico, muestran la semana de Dios donde un día es como mil años. La Biblia, como único intérprete (2P 1.20; Sal 119.160) provee en sí misma la data de su propósito, siempre verdadero; suficiente para mostrar a Israel la madurez de los tiempos, ambiguos, para no satisfacer el morbo de la curiosidad mundana (Mt 24.36; Hch 1.7), y exactos para que el creyente sepa sus tiempos señalados (1Ts 5.1-4). Es importante diferenciar el kronos = tiempo transcurrido del kairos = momento oportuno, señalado, y estos, a su vez, de aionas = siglos, edades, como concepto relativo del tiempo. En verdad, el kronos fijó su comienzo el día uno (Gn 1.3-5), e indefectiblemente mantendrá su curso por seis milenios hasta su terminación en los días del séptimo ángel (Ap 10.6-7). Esta medida temporal, obviamente, está separada de los acontecimientos de la creatio ex nihilo (Gn 1.1) y del subsiguiente caos (Gn 1.2).