Ap 2.6, 15. La identidad de estos personajes se devela por la etimología del nombre mismo. Nicolaítas (de las raíces nico = dominar y laos = pueblo), señala claramente a quienes se enseñorean de la grey (1P 5.2-3). Más importante es entender cómo y por qué sus obras, inicialmente rechazadas por la iglesia de Éfeso (Ap 2.6) llegaron a convertirse en doctrina sostenida hasta hoy (Ap 2.15). El método es aborrecible por cuanto es pernicioso. Los (mal llamados) padres de la Iglesia (Mt 23.9), con sutileza no propia, modificaron la función del obispo (el cual, dos siglos más tarde, quedó convertido en cura católico, y once siglos después en pastor protestante), para desplazar al Espíritu Santo de la dirección orgánica (funcional) de la Iglesia. Esta propuesta aún divide a una hermandad inicialmente igualitaria (Mt 23.8), separándolos, en clérigos y laicos, entre púlpito y bancos, en activos y pasivos, condenándolos para siempre a la enervante pasividad del ostracismo religioso. Mediante estos agentes, Satanás priva al creyente de su participación activa para edificación mutua (1Co 14.26) y, consecuentemente, de su crecimiento y fortalecimiento (Ef 4.16), imponiendo un esquema esencialmente distinto de aquel que reconoce la actividad de diversos dones, servicios y operaciones, sin ningún tipo de jerarquía (1Co 12.1-11; Ef 4.11-13). El anhelo por figurar entre los demás (no el de cuidar de los demás →1Ti 3.1), constituye una tendencia inherente a nuestra naturaleza caída. Es perversa (por lo dañina) y debe ser rechazada por vergonzosa. La igualdad de los santos es tratada con la habitual perfección de Jesús en Mt 20.20-28; 23.8-12; Mr 9.33-37; 10.35-45; Lc 9.46-48; 22.24-30; y por el apóstol Pablo en Ro 12.5; 1Co 12.1-31; Ga 3.26-28; 1Ts 5.5; etc. El concepto de una jerarquía eclesial es ajeno a la esencia de las enseñanzas del NP (§160, §161). Al establecer escalafones, automáticamente se establecen diferencias, y en esas diferencias, inevitablemente, unos se hallarán en escaños superiores a otros. Las palabras de Pablo y de Pedro iniciaron su cumplimiento inmediatamente después de su partida (Hch 20.29; 2P 1.15), y por no estar debidamente atentos a la antorcha (2P 1.19-20), el ángel de luz —con sus apóstoles y servidores— (2Co 11.13-15), ofuscó (¡y aún ofusca!) la volición del creyente, y así, la propuesta rechazada en Éfeso, en Pérgamo llegó a ser una doctrina sostenida y transmitida hasta nuestros días.

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